Cuando era niño, el mes de junio tenía un sabor especial. Mi padre, el carpintero del pueblo, siempre llevaba uno de los banzos de la andas que transportaban al Sagrado Corazón de Jesús. Un día me dijo: «Mira, hijo, en la vida hemos de confiar mucho en Dios. Él nos ayuda, puesto que tiene un corazón muy grande que nos ama». En mi mente de niño y, después, de adulto he vivido estos momentos con honda devoción. Sabemos que por el Bautismo hemos sido ofrecidos a Dios y, por lo tanto, consagrados. Pero ocurre con frecuencia que, por nuestros pecados y miserias, rompemos esa entrega nuestra a Dios por el Bautismo. Por eso, el Señor nos pide consagrarnos, como en su día le pidió a santa Margarita María: «Dame tu corazón».
Consagrarse es ponerse totalmente a disposición de Cristo, en un acto serio y bien meditado. Como decía la Madre Teresa de Calcuta, «es preciso decir Sí cada día, entregarse totalmente, estar donde Él quiera que estés, aceptar lo que Él quiera dar y lo que Él quiera llevarse, con una gran sonrisa. Hay que dar todo lo que Él nos pida».
El Señor no se deja ganar en generosidad: si yo me cuido del Corazón de Jesús, Él se cuidará de mí. Por eso promete a santa Margarita: «Los pecadores encontrarán en mi Corazón un océano de misericordia. Yo te prometo que mi amor omnipotente concederá a todos aquellos que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos, la gracia de la penitencia final. No morirán sin recibir los Sacramentos, y mi Corazón será su refugio en el último momento».
El Señor también quiere la de las familias. Por eso promete el Señor a las familias que se entreguen a Él: «Les daré todas las gracias necesarias para su estado de vida. Les daré paz y las consolaré en sus penas. Seré su refugio durante la vida y, sobre todo, a la hora de la muerte. Bendeciré las casas donde mi imagen sea expuesta y venerada». Os invito, queridas familias, a hacer esta consagración de vuestras casas al Corazón de Jesús. Y no olvidemos los momentos difíciles por los que estamos pasando. Hay familias que sufren, y las hemos de poner ante el Sagrado Corazón de Jesús. Hagamos de este mes un tiempo de consagración al amor de Dios, manifestado en Jesucristo.