Corazón de apóstol - Alfa y Omega

Conocí al cardenal Carlos Osoro en la casa de ejercicios espirituales de Monte Alina (Madrid). El día 27 de diciembre de 1996 fue nombrado obispo de Orense y para prepararse para su ordenación episcopal, que tuvo lugar el día 22 de febrero de 1997, aprovechó la misma tanda de ejercicios que teníamos los obispos unos días después de la fiesta de Reyes, en el mes de enero.

Me impresionó su soltura en el trato con los obispos. Conocía a muchos de ellos por haber realizado los estudios eclesiásticos en Salamanca, por su trabajo como rector del seminario de Santander y como vicario general de esa diócesis. Digo que me impresionó porque yo hacía solamente unos meses que era obispo y participaba por primera vez en esos ejercicios espirituales. Poco a poco, probablemente por ser ambos de la misma generación, nuestra relación fue creciendo y siempre lo he tenido como un buen compañero, amigo y un sacerdote ejemplar.

¿Qué destacaría de su persona?

Su gran amor a Jesucristo y a la Iglesia. Su corazón que vibra por el Señor. Don Carlos es un hombre de profunda vida espiritual. Hay que verlo rezar en la capilla al punto de la mañana. Y hay que añadir que, en su encuentro personal con Jesucristo, está siempre presente la Iglesia, la gran familia de Dios, que le ha sido confiada y por la que está siempre dispuesto a dar la vida. Y soy testigo de que lo ha dado y lo da todo por la Iglesia: su persona, su tiempo y su vida.

Su corazón de verdadero apóstol, deseoso de promover la evangelización potenciando el primer anuncio. Siempre se ha preocupado por cuidar el rebaño que se le ha confiado como sacerdote y como obispo, pero ha tenido una especial debilidad por los alejados. Lo de la «Iglesia en salida» no le ha sorprendido, ha procurado vivirlo siempre. Ha estado entre la gente, muy activo, inquieto y en constante movimiento, por lo que le llaman «el peregrino».

Su cercanía al mundo juvenil. Tiene la convicción de que el futuro de la sociedad y el de la Iglesia están en manos de los jóvenes. Por otra parte, es consciente de que tienen hambre y sed de libertad, de vida, de todo aquello que llena el corazón de esperanza y de felicidad verdaderas. Y siempre ha intentado crear, potenciar y acompañar grupos juveniles. Esa buena sintonía con los jóvenes es pura vocación. Una vocación de maestro de escuela que no puede esconder cuando tiene ocasión de transmitir la fe. Recuerdo emocionado lo que me decía un joven que entró en el seminario de Barcelona: «Yo había perdido la fe y andaba descarriado. Estaba estudiando en Madrid y un día entré en la catedral y don Carlos estaba hablando a los jóvenes. Sus palabras me tocaron tan adentro que, a partir de ese momento, volví a la Iglesia y aquí me tiene, en el seminario de mi diócesis, Barcelona». Cuando se lo conté a don Carlos se emocionó y se alegró de haber sido el instrumento para despertar la vocación de aquel joven barcelonés.

Podría seguir dando pinceladas sobre su personalidad, pero no se trata de eso, sino de agradecer su labor, ahora que le ha llegado el momento de confiar el báculo de pastor a su sucesor.

Gracias, querido don Carlos Osoro, compañero y hermano en el episcopado, por tu testimonio de entrega, por tu buen humor, tu cordial y fraterna acogida, por tu saber estar en el trabajo de vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, por tu entrega en las diferentes comisiones en las que has trabajado como presidente. Es verdad lo que dice el Evangelio: «Siervos inútiles somos, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17, 10), pero quiero agradecerte lo que has hecho con tanta entrega y amor. Gracias por tu testimonio, que quedará para siempre en mi corazón y en el de los diocesanos a los que has servido en Santander, Orense, Oviedo, Valencia y Madrid.

Un gran abrazo de amigo y de hermano.