En los últimos años estamos experimentando un cambio cultural significativo en las atenciones que las personas dependientes institucionalizadas y sus familias demandan. Las residencias ya no se ven como centros de salud, sino como hogares en los que la persona debe seguir manteniendo su dignidad, autonomía y derecho a tomar sus propias decisiones. Ya no es suficiente con garantizar la calidad de los cuidados sino, además, la calidad de vida de la persona.
El modelo biomédico de cuidados tradicional se focaliza en la enfermedad y las pérdidas. Esto ha dado lugar a que durante muchos años el paciente haya asumido un rol pasivo y las tareas se hayan caracterizado por la estandarización, la rigidez y las rutinas. Reflejo de este modelo es cuando todos los usuarios del centro realizan las mismas actividades, a la misma hora, sin considerar las posibles diferencias en cuanto a gustos o necesidades.
Aunque el modelo biomédico tiene sus ventajas, no da respuesta a cuestiones importantes como la calidad de vida, concepto que incluye las necesidades físicas del sujeto, además de las psicológicas y sociales. Ante esta situación surge la necesidad de desarrollar un modelo alternativo que responda a las necesidades de las familias actuales.
En esta línea surge el Modelo Integral de Atención Centrada en la Persona (MAICP), el cual considera a la persona y a sus familias desde un punto de vista integrador, donde el centro de los cuidados es la persona que los recibe, atendiendo así a todos los aspectos que son fundamentales en su vida.
Esto implica un proceso de cambio en la organización de los centros, pasando de aplicar criterios generales para todos los usuarios a convertirse en verdaderos hogares adaptados a las características singulares de cada persona. La singularidad es la característica que mejor define al ser humano. Así, por ejemplo, en este modelo es más importante favorecer que la rehabilitación cognitiva sea una experiencia placentera adaptándola a los intereses de la persona, frente a obligar a todos los usuarios a hacer sumas.
Este modelo está implantado desde hace varias décadas en diversos países como Inglaterra, Suecia o EE. UU., entre otros. La implantación en España ha sido más tardía. Sin embargo, cada vez es más frecuente encontrarnos con centros que brindan atenciones enmarcadas dentro de este modelo, considerándose su implantación un sello de calidad de cuidados.
¿Cuál es el objetivo de este modelo? Brindar apoyos de manera individualizada, ayudando a minimizar la situación de dependencia y fomentando el desarrollo de la autonomía para que se pueda seguir desarrollando el proyecto de vida propio. Esto supone:
1 Garantizar la dignidad, la privacidad y el respeto de la persona.
2 Fomentar la autonomía e independencia del individuo, identificando las capacidades que aún conserva e interviniendo desde estas. Esto es, no centrarse tanto en lo que no puede hacer, sino en lo que puede realizar.
3 Estimular las relaciones interpersonales y la participación social, a través del contacto con familiares, amigos, así como otras redes sociales de apoyo.
4 Favorecer la toma de decisiones y expresión de necesidades en las actividades que realiza (adaptadas a su biografía, deseos y gustos), en los planes de intervención y atención (evitando la sobreprotección y empoderando a la persona), en la adaptación del ambiente (por ejemplo, decorando la habitación de manera personalizada), etc. En el caso de que la persona dependiente no pueda expresarse, se puede recurrir a familiares que puedan ayudar a los profesionales a conocer su biografía, así como gustos y preferencias.
Económicamente viable
La literatura científica ha apoyado la existencia de múltiples beneficios en la calidad de vida de los usuarios que viven en centros que tienen implantado este modelo y sus familias, lo que a su vez repercute en los profesionales, incrementando la satisfacción laboral y disminuyendo los niveles de estrés y burnout. Para la institución también supone un importante beneficio, al incrementar la satisfacción con la calidad de servicios prestados, sin que ello suponga mayores costes económicos.
El MAICP no solo debería ser considerado como una práctica estandarizada en las instituciones para reducir los niveles de malestar de los residentes, sino también para satisfacer sus necesidades psicológicas y sociales singulares. Ninguna persona es igual que otra, por lo que es indudable la necesidad de implantar modelos que brinden una atención individualizada y donde el propio sujeto sea el centro de su proceso.
Cristina Noriega García
Codirectora del Curso de Experto en Intervenciones en Gerontología, Discapacidad y Familias según el Modelo de Atención Integral Centrada en la Persona. Profesora de Psicología Universidad CEU San Pablo. Terapeuta Familiar en el Instituto CEU de Estudios de la Familia