Contrafuertes, sibilas y cal para espantar el cólera
La parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, en Villacarrillo, cerca de Jaén, se erige sobre un antiguo castillo musulmán. Sus muros antaño albergaron enfermos contagiosos, por lo que se encalaron, pero son de una piedra señorial
«Cuando entras en Nuestra Señora de la Asunción te invade la sensación de estar en un espacio muy grande que se consigue gracias a sus columnas tan elevadas», cuenta su párroco, Antonio Garrido, quien insiste en lo «esbeltas» y «delicadas» que son. Sin embargo, el templo se mantiene en pie porque tiene truco. Fue erigido en 1540 por Andrés de Vandelvira, el mismo arquitecto que levantó la catedral de Jaén, sobre lo que quedaba de un castillo musulmán en el centro del pueblo de Villacarrillo. Y «se sostiene con unos contrafuertes enormes», conjugando una reciedumbre exterior con su refinación interna.
De hecho, la segunda planta de la parroquia, donde hay un museo con antigüedades del castillo, dispone de saeteras. Estas son pequeñas hendiduras en la muralla que los defensores aprovechaban para disparar, mientras «desde fuera solo se veía una línea vertical a la que era muy difícil tirarle flechas».
Una vez dentro, una serie de cuatro bóvedas vaídas decoradas en 1580 por Pedro de Raxis arropa a los feligreses. «Es la mayor extensión de pinturas que hay en Andalucía», presume Garrido, quien recuerda que este pintor, nacido en Alcalá la Real pero de ascendencia italiana, «se inspiró en los modelos de Rafael y Miguel Ángel». Entre sus frescos hay varias escenas del Antiguo Testamento y los padres de la Iglesia.
Pero más curiosa es la presencia de cuatro sibilas, las sacerdotisas del oráculo de Delfos, ubicadas en cuatro pechinas que separan un tramo de columnas en la nave central de la bóveda que las cubre. Desde allí, a través cada una de una cartela, presagian la futura Pasión de Cristo. «Se utiliza esta iconografía de la mitología porque estamos en el siglo XVI y se acude a las fuentes romanas y griegas para sostener la teología católica», explica el párroco.
Otra de las sorpresas de Nuestra Señora de la Asunción es su sacristía, anteriormente conocida como la iglesia fortificada de Santa María del Castillo, y que se anexionó al nuevo templo «con una portada preciosa», con el emblema del obispo de Jaén, Francisco Sarmiento de Mendoza. «Ya quisieran muchas parroquias tener como templo lo que tenemos como sacristía», bromea Garrido.
Ahora el espacio vuelve a hacer gala de sus señoriales sillares de piedra, cubiertos durante los siglos XVIII y XIX por miedo al cólera. «Era una época de grandes epidemias y, para frenarlas, se pensaba que lo importante era encalarlo todo de arriba a abajo, especialmente en los sitios por donde pasaba mucha gente», aclara Antonio Garrido. Quita hierro al traspiés arquitectónico matizando que la gente de entonces «demasiado hacía para los conocimientos que tenía» y que las mercedarias de la Caridad «dieron un testimonio precioso atendiendo a los enfermos» entre esos muros, durante el brote de 1885.
Justo un siglo después se pudo comprobar que la edificación estaba hecha con materiales nobles, ya que los conservadores de la época picaron los muros para retirar los añadidos que afeaban la piedra originaria. «Salieron unos sillares preciosos, con una piedra muy bien labrada». Aunque la parroquia perdió «casi todas sus imágenes» en agosto de 1936, se salvó «un retablo impresionante, de 45 metros de altura». Y durante los años 50, los vecinos tenían una «devoción tan grande» al Cristo de la Vera Cruz que elaboraron para él «un crucifijo, un trono y un candelabro, todo de plata».