Cuando Hemingway comenzó a alejarse del periodismo —ay, el periodismo— para lanzar su carrera vocacional como escritor, cuenta que el hambre era una de sus compañeras más fieles. Un hambre que, según él, era un acicate para escribir mejor, porque se escribe mejor con el estómago vacío.
No voy a decir que hoy todo el que sigue su vocación pase hambre. Sí digo que la vocación no existe. Al menos no como se entiende hoy. No existe la vocación a médico ni a maestro, ni a cocinero cinco estrellas ni a bombero. No existe la vocación al periodismo —ay, el periodismo— ni a escritor, ni siquiera existe la vocación a poeta. La vocación no es una profesión.
He vivido ya lo suficiente —y no soy tan mayor— como para saber los estragos que ha provocado en mi generación la presión innecesaria de la vocación profesional: ¡búscala!, ¡encuéntrala!, ¡aprovéchala! Y si no la tienes… ¡Fracasa! ¡Sé contable, barrendero, asesor financiero…! ¡Cualquier trabajo de esos no vocacionales! He visto a jóvenes a los que se les vendió el Edén de la vocación y, al poco, se dieron cuenta de que no era para tanto. Frustrados porque quisieron ser periodistas, pero no se podían permitir la precariedad que asola la profesión hasta bien entrada la treintena; porque ser médico es un camino lleno de nocturnidades mal pagadas; porque las aulas son, en muchas ocasiones, más un campo de batalla que un espacio de aprendizaje.
Lo que sí existe es otro concepto alrededor de la vocación, de la que se habla menos: la vocación a cuidar, a enseñar a quien no sabe, a explorar la belleza del lenguaje. Aunque esto no tenga una traslación a la vida laboral. A veces (muchas, la mayoría), el trabajo es simplemente un medio de vida que ocupa unas horas de nuestro tiempo y suministra los recursos para lo demás. No como algo del todo separado, sino como una parte más que tiene su función. Y, eso sí, estamos vocacionados a realizar ese trabajo de la mejor manera posible.
Claro que existe la vocación: la vocación de quien se entrega a Dios y a los hombres, a su familia, a sus amigos, a los pobres… La del cura y la religiosa, la del padre y madre de familia, que dedica desvelos a su pareja e hijos. Y de esa sí tenemos todos. Esa es la que hay que descubrir y sobre la que debemos hablar un poco más.