Conspiración contra Pío XII
Dos nuevos libros reivindican la labor de Pío XII para salvar a judíos del nazismo
«En la cocina del tercer piso del Palacio Apostólico del Vaticano, en agosto de 1942, junto a una gran estufa de hierro, está el Papa Pío XII, alto y macilento. Tiene en las manos dos grandes hojas de papel escritas con su caligrafía precisa y menuda. Las está arrojando al fuego y comprueba atentamente que ambas se quemen. Las tres monjas alemanas que atienden el apartamento papal lo observan a distancia, en silencio, sorprendidas. (…) Sor Pascalina Lehnert, la única que tiene una respetuosa confianza con Pacelli, se atreve a intervenir:
–Santo Padre –dice desorbitando su mirada azul–, ¿por qué quema esas hojas?
–Aquí está mi protesta contra la cruel persecución de los judíos en Holanda –responde el Pontífice mirándola directamente a los ojos, como suele hacer–. Iba a publicarla en L’Osservatore Romano.
Es una carta contra las represalias nazis mucho más dura que la de los obispos holandeses, que se había leído en las iglesias el 26 de julio de ese año y había desencadenado el arresto de miles de personas. Algunos hablan de 40.000,
–La mía –añade Pio XII– podría costarle la vida a 200.000».
Así arranca El secuestro de Pío XII, del periodista italiano Mario Dal Bello, que Ciudad Nueva publica en su colección Misterios desvelados del Archivo Secreto del Vaticano. El pasaje está documentado en escritos tanto de la propia Sor Pascalina, como del secretario del Papa, Robert Leiber. Dal Bello se toma alguna licencia estilística, pero su relato está avalado con pruebas, que documentan la profunda animadversión de Adolf Hitler hacia la Iglesia católica y hacia Eugenio Pacelli en particular, y los desvelos del Papa por salvar a judíos perseguidos, especialmente durante la ocupación nazi de Roma.
La trama que da título al libro es la del proyecto de secuestro del Papa y el saqueo del Vaticano, ideado por el propio Hitler. Informado del plan, Pío XII dejó escrita una carta de denuncia. Los alemanes se lo llevarían a él, a Eugenio Pacelli, pero no al Sumo Pontífice. Así quedaba protegida la libertad de la Iglesia.
Desmontando la leyenda negra
El plan del secuestro ocupa un capítulo del libro que publica el sacerdote de la diócesis de Sevilla y escritor Carlos Ros, en Monte Carmelo, Pío XII versus Hitler y Mussolini. Una de las fuentes que cita es el general Wolff, máximo responsable de la policía alemana en Italia. Cuando Hitler le encomendó el secuestro, Wolf, católico, le fue dando largas, hasta que, finalmente, consiguió persuadirle de que la empresa podría resultar contraproducente, con el ejército alemán asediado por los aliados. Precavidamente, el militar alemán avisó al Papa.
Ros recoge otros testimonios en torno a este suceso, como el del conde Enrico Galeazi, que ideó un plan para trasladar al Papa a España. Pero Pío XII se negó. «No me moveré de Roma. He sido puesto en la sede de Pedro por voluntad de Dios y no la dejaré por mi voluntad. Tendrán que atarme y llevarme a rastras, porque yo no me moveré de aquí», dijo el Papa para zanjar el asunto.
El gran asunto que se propone zanjar Carlos Ros es el de la leyenda negra. De ser un Papa vilipendiado por los nazis y profundamente admirado por los judíos en el momento de su muerte («Pío XII salvó a más judíos que todos los políticos del mundo occidental juntos», dijo el diplomático israelí Pinchas Lapide), Pacelli pasó a convertirse, por obra y gracia de la propaganda, en el Papa de Hitler. Una nueva conjura se fraguaba contra Pío XII.