Consenso para la nueva ley del aborto - Alfa y Omega

Una sociedad puede presuponer y construirse sobre la base de que toda nueva vida humana debe ser acogida y celebrada, o puede afirmar que la respuesta depende de un cúmulo de circunstancias. El consenso entre el a la vida y el condicionado será siempre muy precario. El punto de encuentro pasa por eliminar o mitigar motivos de conflicto que rodean la llegada de un niño a la tierra. Pero la economía familiar nunca estará exenta de nubarrones, los hijos siempre cambiarán, de modos imprevistos, la vida de sus padres y, por mucho que avance, la ciencia no podrá ahorrarle a la mujer todas las molestias y penalidades del parto y del embarazo.

El nacimiento de un niño implica sacrificios a terceras personas. Es ley de vida. Desde que nacemos hasta que morimos, somos sostenidos y sostenemos a otros, alternando uno y otro rol. Esto es el ser humano. Esto es el ciudadano que vive en sociedad, paga impuestos y contribuye al bien común. Y el aborto niega de raíz esa dimensión relacional del ser humano, solidaria. Es el egoísmo supremo. Su rostro más cruel y descarnado.

Pero se puede favorecer el consenso. Se puede apoyar a las familias; se puede favorecer la adopción y facilitar la conciliación laboral de madres y padres; se puede y se debe ayudar a las embarazadas con problemas, arrojar luz sobre las presiones que padecen (lo contrario de lo provoca el aborto libre, que arroja un velo de oscuridad sobre novios y jefes sin escrúpulos). En esa dirección, puede y debe avanzar el Gobierno, pero los logros serán demasiado precarios, mientras no cuaje la idea de que vale la pena luchar por toda vida humana. Sin esa premisa, faltan motivaciones para proteger a los más débiles, que, en este drama, son siempre los niños y las embarazadas con problemas. ¿Y cómo se propaga esa mentalidad, cómo se pone en marcha un círculo virtuoso provida? Es una batalla lenta, de fondo. Pero, de entrada, la ley debe proclamar que no hay vida humana indigna.