Confesiones a Alá es la historia de Jbara, una niña nacida en medio de las montañas del Magreb. En medio de una familia numerosa. En la que su madre corta cebolla constantemente para llorar en paz. En la que su padre la repudia por quedarse embarazada a los 16 años. En la que su hermano la mira mientras se desviste para bañarse. En la que un pastor 20 años mayor que ella y «que huele tan mal como la miseria» la viola repetidamente y la regala golosinas. En la que aprendió que la fe es la luz que, pase lo que pase, no se apaga nunca, «que me ayuda a ayudar mucho más a los demás».
El magnífico y a la vez dramático monólogo basado en la novela de la escritora marroquí Saphia Azzedine, dirigido por Arturo Turón e interpretado por la televisiva María Hervás (Los Serrano, La pecera de Eva) hace un recorrido por un período aproximado de ocho años en la vida de Jbara. Comienza a los 16, cuando corre detrás de los autobuses de turistas que la miran como si fueran “monitos festivos” y empieza a entender que su vida no será un camino de rosas. Continúa por la dureza de tener que marcharse sola y con un hijo en su vientre aún de niña, y pasa por cómo tuvo que renunciar a su dignidad para no morir de hambre. Termina con una anciana mujer de 23 años que lleva una pesada carga de humillación tras de sí, pero cuya valentía y arrojo la permiten levantarse cada día y seguir luchando.
No se confundan. Si acuden al Teatro Lara no van a ver una obra fácil. La crudeza les calará hasta los huesos, porque, como dice Jbara, «no se puede sacar poesía de donde no la hay». Tendrán, en las dos intensas horas que dura el monólogo, dosis de realidad sobre cómo es la vida de una niña pobre en el Magreb. Vivirán momentos de pudor, cuando –siempre sólo sugerido– vean cómo la joven es objeto repetido del apetito sexual de muchos. También se angustiarán con ella cuando los momentos fugaces de alegría se tuerzan («por qué no puedo tener un solo día feliz en mi vida») y sufrirán cuando tome una dura decisión que la llevará a trabajar en un prostíbulo. Pero la comprenderán, cuando escuchen sus pequeñas y diarias confidencias a Alá. Y reflexionarán, al salir del familiar hall del teatro, sobre cuántas personas hay, ahora mismo, en el mundo, a las que «nadie llorará su desaparición», que «no forman parte de los recuerdos de nadie».
Y para sostener toda esta retahíla de información, lágrimas, alegría y rabia, está ella. María. Un torrente de «verdad» que inunda cada palabra. Que da vida. Que moldea a su gusto el texto con una facilidad pasmosa. Es fascinante verla sobre el escenario. Y no son halagos vanos los míos, no tengo por qué dárselos si no es porque describo la realidad. Son deseos de expresar, de manera torpe, lo fascinante que es teatro cuando te encuentras, cara a cara, con una actriz como ella, que llena de lágrimas y mocos te hace salir de un zarpazo del dolor y te hace reír. Como la vida misma. María, sentí tu dolor cuando pares. Tu indignidad cuando te violan. Tu valentía cuando decidiste avanzar. Gracias de verdad por hacerme ser más que una espectadora. Gracias por hacerme vivir, a tu lado, cada momento de la vida de Jbara.
Hay pequeños detalles mejorables, pero quedan empañados detrás de la grandeza de esta obra, de lo mejor del año en la cartelera madrileña. No tengo más que decir, prefiero que lo vean ustedes mismos. Que sean valientes y quieran pasar minutos dulces y amargos. Que apuesten por entender vidas que nos son ajenas, pero que no por eso no existen.
★★★★☆
Teatro Lara
Corredera Baja de San Pablo, 15
Metro Callao, Santo Domingo
OBRA FINALIZADA