Confesar la fe exige conocer la fe
Con motivo de la fiesta de San Isidro Labrador, Patrono de Madrid, el cardenal arzobispo de Madrid dice así en su exhortación pastoral de esta semana:
Celebramos la fiesta de nuestro Patrono, san Isidro Labrador, un confesor de la fe, que la vivió profundamente. Confesar la fe en toda la integridad y la vitalidad de su contenido es sólo posible cuando el alma ha vivido en actitud de humilde apertura espiritual y de voluntad de conversión el encuentro con con Jesucristo, lo que implica dejar y buscar que su Amor actúe en lo más entrañable de uno mismo, en el corazón. Dicho con otras palabras, es posible cuando la persona está dispuesta a allanar el camino a la Gracia, la puerta del acceso interior al ejercicio de su libertad. A la Gracia, que la previene, que la acompaña y sostiene en el sí más decisivo y trascendente de la vida, el sí a Dios.
Una renovación auténtica de la confesión de la fe requiere, por lo tanto, un nuevo recorrido del itinerario espiritual, de la búsqueda de Dios, y un conocimiento pleno y saboreado de su Verdad revelada en el misterio de Jesucristo. Para la comprensión y la vivencia adecuada de este proceso humano y espiritual, podría muy bien aplicarse la muy conocida máxima de san Anselmo de Canterbury, del entendimiento que busca la fe, y de la fe que busca el entendimiento.
Sí, hay que sentir y vivir, con un nuevo ardor, la inquietud de salir al encuentro de Cristo y, encontrándole, ansiar conocerlo con toda la mente y con todo el corazón, en el esplendor de la bondad y de la belleza de su rostro que irradia amor infinito, humano-divino, por nosotros. Sólo así podrá surgir del corazón de la Iglesia, recordando la famosa frase de santa Teresa del Niño Jesús, una confesión profundamente renovada de la fe católica, portadora de un testimonio del Evangelio verdaderamente sanador y salvador para el mundo y los hombres de nuestro tiempo, que sufren tan dolorosamente la ausencia de Dios, en sus cuerpos y en sus almas, en su existencia personal y en la realidades familiares y sociales, que nos condicionan tan dramáticamente.
Nos encontramos pues, en primer lugar, ante la necesidad de hacer de nuevo el recorrido espiritual del camino de la fe, como un recorrido personal y un recorrido eclesial.
La Misión Madrid
La Misión Madrid 2012-2013, que proyectamos, comenzará y se mantendrá apostólicamente viva y vigorosa, si parte de la acogida interior de la llamada del Espíritu, en la oración personal y en la de toda la comunidad diocesana. La plegaria de la Samaritana: Señor, danos tú de beber ha de impregnar, desde ahora mismo, la oración de cada hija y de cada hijo de la Iglesia en Madrid; tanto la de las comunidades de vida contemplativa, de los consagrados y consagradas, como las preces de los fieles y la oración litúrgica, y, por supuesto, la oración personal de los sacerdotes y de los obispos. Pidiendo todos, ferviente e insistentemente al Señor, que derribe los obstáculos y rompa los candados con los que intentamos cerrarle su paso a nuestras vidas, estará asegurada una auténtica y actualizada experiencia de la conversión.
Entonces sí, nos convertiremos en Él de nuevo, dejándonos guiar por la luz y la fuerza de su Amor, por el Evangelio. A la oración que suplica y busca sinceramente la conversión, sigue y acompaña el Espíritu y la disponibilidad para hacer penitencia y pedir perdón por nuestros pecados, especialmente por los pecados explícitos y directos contra la fe.
Oración y penitencia representan los dos aspectos integrantes y simultáneos de lo que posibilita y constituye la experiencia lograda de la fe, es decir, el encuentro con el Señor que nos salva. La preparación de los tiempos de Adviento y de Cuaresma del próximo año litúrgico habrán de incluir todas aquellas formas de ayuda doctrinal y espiritual para la purificación de la conciencia, el arrepentimiento y el propósito de la enmienda, que enderecen la vida cristiana por la senda de la caridad perfecta y de la santidad. Las charlas de Adviento, las cuaresmales, los Ejercicios espirituales, la Lectio divina y otros instrumentos de ayuda para la vida espiritual, reconocidos y recomendados por la experiencia pasada y presente de la Iglesia, habrán de encontrar su lugar, con la debida proporción, en el curso pastoral próximo.
Momentos álgidos en este camino deberán ser las peregrinaciones de las Vicarías episcopales a nuestra iglesia-catedral de la Almudena, en los días de las estaciones cuaresmales. Esto representará un modo excelente de confesar públicamente la fe en Jesucristo, Hijo de Dios y redentor del hombre, el único que puede salvarnos. Sobre todo, porque incluye esa confesión de fe y la convicción de que, desde la fe y de su capacidad única para transformar al hombre en la totalidad de su conducta, la salvación se notará y verificará en la misma vida de este mundo, en nuestro tiempo; más concretamente, en la vida del hombre y de las sociedades, en esta hora tan crítica de nuestra Historia. Su autenticidad se revelará plenamente, pues, si se manifiesta en un cambio cristiano de estilo y de la sustancia de la vida.
Un gran confesor de la fe
En segundo lugar, tendremos que contar con la necesidad de reconocer que la confesión de la fe, vivida y transmitida con todo su vigor y fuerza salvadora, implica, como condición sine qua non, el conocimiento íntegro de lo que significa y contiene, desde el punto de vista intelectual y existencial el Sí a Cristo y en la historia de la salvación, a la luz de la revelación plena de la verdad de Dios y de la verdad del hombre. Confesar la fe exige conocer el contenido de la fe.
En la gran fiesta de nuestro Patrono, san Isidro Labrador, recordamos de su figura, y en su figura, al que fue gran confesor de la fe y gran testigo de una fe íntegra, plenamente confesada en la comunión de la Iglesia, que ha dejado a los madrileños un ejemplo vivo de cómo también, casi mil años más tarde, debemos confesar nuestra fe ante el mundo.
A la Virgen de la Almudena, de la cual fue ferviente devoto, encomendamos nuestros propósitos de renovar, en nuestra diócesis, la evangelización, tal y como nos lo pide el Santo Padre, para que la nueva evangelización también se logre en Madrid.