Sor María Isabel, con 83 años y un ictus, sigue al servicio de sus hermanas
La religiosa quiere trabajar en la cocina y tocar la campana. «Ahora lo estoy ofreciendo por Ucrania», afirma
San Benito, considerado el iniciador de la vida monástica en Occidente, dejó escrito en el capítulo 48 de su regla que «son verdaderos monjes cuando viven del trabajo de sus propias manos», una máxima que sor María Isabel Pérez Villasur ha cumplido a rajatabla durante toda su vida, incluso en la actualidad, cuando tiene 83 años y medio cuerpo paralizado debido a un ictus cerebral que sufrió hace cuatro años.
«Tiene una hermana que la cuida y cuando a esta le toca la cocina, allí va también sor María Isabel que se pone a pelar patatas con una sola mano», asegura sor María Micaela Velón, la abadesa del convento de Santa Clara de Carrión de los Condes (Palencia). La religiosa se apoya el tubérculo en su mano paralizada –la izquierda– y con la derecha, cuchillo en ristre, va quitando la piel. Una vez finalizada la trabajosa operación, la hermana introduce los desechos en una antigua caja de helados.
A María Isabel, sin embargo, eso de pelar patatas se le queda corto. «La última vez que hubo elecciones a abadesa, vino a hablar conmigo para ver qué oficio le dejaba», recuerda Velón. «Ella quería encargarse de la cocina», donde había pasado cerca de dos décadas, «pero con el ictus y la silla de ruedas no se puede encargar». Es peligroso. De hecho, hace un tiempo «se arrimó demasiado a una pequeña estufa que le pusimos en su cuarto y, sin darse cuenta, se empezó a quemar». Todo quedó en un susto gracias a otra de las hermanas del convento.
El tesón de la religiosa para que su superiora le diera un trabajo con el que poder seguir sirviendo a sus compañeras se vio recompensado cuando la abadesa accedió a su petición de encargase de la campana. «Le dijimos que sí, a pesar de que otra hermana la tendría que llevar hasta la campana y esperar a que terminara». Incluso «alargamos la cuerda para que ella la pudiera tocar», asegura sor María Micaela.
Pero la campanera no solo toca el instrumento o pela las patatas con una mano para servir a sus hermanas, sino que también tiene en su cabeza distintas intenciones por las que va rezando. «Ahora lo estoy ofreciendo por la situación en Ucrania», asegura la religiosa instantes antes de estallar en lágrimas. Una vez que se ha recobrado, María Isabel Pérez cita también las vocaciones sacerdotales. «Hacen mucha falta», confiesa en conversación con Alfa y Omega.
No salen las cuentas
A pesar de la dedicación de María Isabel, el coronavirus ha hecho mella en las finanzas del cenobio, hasta el punto de que han tenido que pedir ayuda. Precisamente, sor María Isabel, sor María Micaela y el resto de hermanas del Convento de Santa Clara son las protagonistas del último vídeo lanzado por la Fundación DeClausura, con el que piden ayuda para ellas y para el resto de los 751 monasterios de clausura que hay en España, que son un tercio de todos los que hay en el mundo.
«Cuando unas monjas de clausura piden ayuda es porque realmente la necesitan», asevera Velón. «Desde hace décadas las comunidades contemplativas tienen que acudir al banco de alimentos para cubrir sus necesidades alimentarias básicas», pero la COVID-19 y la desenfrenada escalada de precios ha dado la puntilla a muchos monasterios y conventos, que no llegan a fin de mes. A pesar de ello, la abadesa del Convento de Santa Clara de Carrión de los Condes no está dispuesta a sacrificar el tiempo que le dedica la comunidad a rezar para dedicárselo en mayor medida al trabajo. «No tiene ningún sentido hacer esto, porque es a lo que hemos venido. Hay que tener el espíritu abierto más allá de las aspiraciones puramente materiales», concluye.