Nosotros estamos entre las llagas de Jesús, llagas que deben ser reconocidas… Me viene en mente cuando el Señor Jesús iba caminando con sus discípulos que estaban tristes y, al enseñarles las llagas, lo reconocieron… Aquí Jesús está escondido entre estos niños, entre estas personas a las que hay que escuchar; no como se escuchan las noticias que después de uno o dos días pasan a segundo lugar… Tienen que escucharlos los que se llaman cristianos. Jesús está presente entre vosotros, y la carne de Jesús son las llagas de Jesús en estas personas… El cristiano adora a Jesús, y sabe reconocer sus llagas.
Cristo, después de resucitar, era bellísimo. No tenía en su cuerpo ni hematomas, ni heridas… Nada era más hermoso. Sólo quiso conservar las llagas, y se las llevó al cielo… Las llagas de Jesús están aquí, y están en el cielo ante los ojos del Padre. Nosotros curamos las llagas de Jesús aquí, y Él, desde el cielo, nos muestra sus llagas y nos dice a todos: «Te estoy esperando». Así sea.
Mi visita es, sobre todo, una peregrinación de amor, para rezar sobre la tumba de un hombre que se desnudó de sí mismo y se revistió de Cristo, y que, según el ejemplo de Cristo, amó a todos, sobre todo a los más débiles y abandonados, y amó con estupor y sencillez la creación de Dios… Llegando a Asís, en las puertas de la ciudad, se encuentra este instituto que se llama Seráfico, uno de los sobrenombres de san Francisco. Y es justo empezar por aquí. San Francisco en su Testamento, dice: «El Señor me dijo que empezase a hacer penitencia así: cuando estaba en el pecado me parecía muy amargo ver a los leprosos: y el Señor mismo me llevó entre ellos, y con ellos usé misericordia».
La sociedad, desgraciadamente, está envenenada por la cultura del descarte, que es opuesta a la cultura de la acogida. Las víctimas de la cultura del descarte son las personas más débiles, más frágiles. En esta casa veo en cambio en acción la cultura de la acogida… Gracias por esta señal de amor que nos brindáis: es el signo de la verdadera civilización, humana y cristiana: poner en el centro de la atención social y política a las personas más desventajadas. A veces, en cambio, las familias se encuentran solas a la hora de hacerse cargo de ellas. ¿Que podemos hacer? Desde este lugar en que se ve el amor concreto, digo a todos: multipliquemos las obras de la cultura de la acogida, obras animadas, ante todo, por un profundo amor cristiano, amor a Cristo crucificado, a la carne de Cristo, obras en que se unan la profesionalidad y el trabajo de calidad justamente retribuido con el voluntariado, que es un tesoro inapreciable.
Servir con amor y con ternura a las personas que necesitan tanta ayuda nos hace crecer en humanidad, porque ellas son verdaderos recursos de humanidad. San Francisco era un joven rico, tenía ideales de gloria, pero Jesús, en la persona del leproso, le habló en silencio y le cambió, hizo que entendiera lo que cuenta realmente en la vida: no las riquezas, la fuerza de las armas o la gloria terrena, sino la humildad, la misericordia, el perdón.