«Con las palabras no se va el dolor. Solo con la cercanía, la amistad y el afecto» - Alfa y Omega

«Con las palabras no se va el dolor. Solo con la cercanía, la amistad y el afecto»

El Papa ha visitado la localidad de L’Aquila donde un terremoto en 2009 provocó 309 muertos y una enorme destrucción en cuestión de segundos

Ángeles Conde Mir
Foto: Vatican Media.

La localidad de L’Aquila, en el centro del país, simboliza el calvario que supone verse directamente afectado por un terremoto en Italia. A las 3 y 32 minutos de la madrugada del 6 de abril de 2009, la tierra tembló bajo el Gran Sasso y, en cuestión de pocos segundos, cientos de personas quedaron sepultadas por las paredes de sus propias casas. El resultado fueron 309 muertos, unos 1.500 heridos y decenas de millones de euros en daños materiales en L’Aquila y en los pueblos circundantes. El resultado de aquellos pocos segundos fue lo más parecido a un escenario de guerra: muertos, trauma, destrucción total y desplazados. Los meses siguientes muchas personas tuvieron que vivir en tiendas de campaña esperando el realojo en unos apartamentos que, en teoría, eran provisionales, pero que con el paso de los años se están convirtiendo en permanentes. La convivencia y el tejido social de la ciudad también se resquebrajaron como aquellas casas. L’Aquila lucha por recuperarlos.

Hoy en día, el paisaje de la urbe sigue dominado por los andamios y por fachadas reconstruidas en estilo antiguo, pero totalmente nuevas. Muchas casas siguen deshabitadas y muchas otras incluso derruidas aún. El símbolo palmario de la destrucción y, al mismo tiempo, de la desesperante lentitud de la reconstrucción es el Duomo de L’Aquila. El Papa ha querido comenzar su visita a la ciudad precisamente en este lugar.

En la piazza del Duomo se ha encontrado con los familiares de las víctimas y los afectados por aquel seísmo, porque después se han producido miles más, aunque no tan letales y destructivos como el de 2009.

Francisco ha recordado que hace un tiempo le llegó una carta de un aquilano, que había perdido a sus dos hijos adolescentes aquella fatídica noche, para explicar que «Jesús os ha puesto en los brazos del Padre que no deja caer en vano ni una sola lágrima, ¡ni una!, sino que las recoge en su corazón misericordioso»: «En ese corazón están escritos los nombres de vuestros seres queridos, que han pasado del tiempo a la eternidad. La comunión con ellos está más viva que nunca. La muerte no puede romper el amor».

El Papa también ha reconocido que las buenas palabras ayudan algo, pero que el dolor permanece. «Con las palabras no se va el dolor», ha añadido. Se puede mitigar «con la cercanía, la amistad y el afecto, caminando juntos, ayudándose como hermanos», porque, «o somos un pueblo de Dios o no se resuelven los problemas dolorosos, como este», ha sentenciado Francisco. En su discurso, también ha pedido a los aquilanos que conserven la memoria de lo que son, pero que no se queden prisioneros del pasado o, de lo contrario, no podrán tener un futuro. Ha alabado el «carácter resiliente» de este pueblo «enraizado en vuestra tradición cristiana y cívica que os ha permitido soportar el sobresalto del terremoto y poner en marcha enseguida un trabajo valiente y paciente de reconstrucción». Precisamente, del Abruzzo, región donde se enmarca L’Aquila, se dice que es «forte e gentile», por el carácter recio y, al mismo tiempo, amable de sus gentes.

El Papa les ha animado a reconstruir lo material sin descuidar la reconstrucción espiritual ya que «el renacimiento personal y colectivo tras una tragedia es un don de la Gracia y es también fruto del compromiso de cada uno y de todos juntos». Ha desacado la palabra «juntos» y lo ha hecho en el dialecto propio de L’Aquila con un, «jemonnanzi!», o lo que es lo mismo «andiamo avanti», es decir, «vayamos adelante».

Después el Pontífice, pertrechado con un casco, ha hecho un recorrido por el interior del Duomo. La catedral, en pleno centro de la ciudad, está llena de andamios por dentro que apuntalan las paredes, prácticamente lo único que quedó en pie, como si fuera una cáscara de huevo.