Comunicad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán - Alfa y Omega

Comunicad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán

Lunes de la Octava de Pascua / Mateo 28, 8‐15

Carlos Pérez Laporta
'Las mujeres vuelven del sepulcro, las tras la Resurrección de Jesús'. Jan van't Hoff
Las mujeres vuelven del sepulcro, tras la Resurrección de Jesús. Jan van’t Hoff. Foto: Jan van’t Hoff / Gospelimages.com.

Evangelio: Mateo 28, 8‐15

En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos.

De pronto, Jesús salió al encuentro y les dijo:

«Alegraos».

Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él.

Jesús les dijo:

«No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles:

«Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernados, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros».

Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.

Comentario

Estas mujeres se resisten a la muerte de Jesús. Se ocupan de la tumba, cuidan de lo corporal como si aún tuviera vida. No es que crean aun en la resurrección, porque no le han visto todavía; pero esa resistencia les dispone a creer en algo más. Es precisamente porque no aceptan la muerte que comenzaron a poder creer, y «llenas de miedo y de alegría corrieron a anunciarlo a los discípulos»; sólo entonces «Jesús les salió al encuentro y les dijo: “Alegraos”». La experiencia de Jesús resucitado es posible cuando el creyente se abre al misterio. Mientras el creyente reduzca la experiencia a lo que él mismo es capaz de comprender no tiene manera de conocer al resucitado, de tener fe en Él. Abrirse a la posibilidad de la resurrección, de la vida más fuerte que la muerte no es todavía creer en la resurrección. Es algo previo a la fe. Porque la fe es el don de la presencia de Dios, que causa en nosotros su reconocimiento: porque se aparece creemos; porque vivimos de Él en el presente creemos que ha resucitado, que Dios está vivo en Jesucristo. Pero antes de la fe en la resurrección, como preparación a la fe está la herida misma de la muerte, que profetiza la resurrección. La Vida es tan potente, que deja una herida en nosotros la muerte. La premisa de la fe en la resurrección es esa herida, esa resistencia a la muerte, a la aceptación de que la muerte sea el final de la Vida. Sin esa resistencia, sin esa disposición a creer, la resurrección se queda sin espacio: aunque Cristo se apareciera no podríamos verle, y aunque un muerto hubiese resucitado no lo creerían. Por eso, los soldados pudieron no creer, porque se cerraron a la posibilidad de la resurrección: «Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros».