Compromisos diferentes - Alfa y Omega

La dinámica electoral que se ha desatado en la Comunidad de Madrid no augura nada bueno. Sobre todo, porque durante los días de campaña nadie ha sabido, o querido, cortar el nudo. Así las cosas, hemos llegamos al día 4 arrastrando un clima de enemistades políticas que tardará en diluirse. Y lo peor de todo es que parece que a un porcentaje importante de votantes no solo les gustan estas dinámicas, sino que creen que el que no las alimenta debidamente es porque es un tibio que debería ser vomitado.

El voto católico no se ha quedado corto. Llama la atención que, precisamente los católicos, lejos de moderar la contienda y fomentar la paz cívica, nos lancemos a los extremos caldeando más lo que ya hervía. Confieso que a estas alturas de la democracia me causa perplejidad que todavía haya quienes crean que una misma fe conduce a una misma papeleta electoral.

El pluralismo de las ideas políticas y de las mediaciones, la diferencia entre ideologías y movimientos históricos y la libertad de conciencia habían quedado claras hace ya más de medio siglo. Y, sobre todo, había quedado claro que «en las situaciones concretas, y habida cuenta de las solidaridades que cada uno vive, es necesario reconocer una legitima variedad de opciones posibles. Una misma fe cristiana puede conducir a compromisos diferentes», como asegura la Gaudium et spes y luego reitera Pablo VI en la Octogesima adeveniens.

Pero ahora resulta que ni los que pedían un Concilio Vaticano III antes de que se hubiera clausurado el Concilio Vaticano II, ni los que desearían regresar al Vaticano I, acaban de entender que ni se debe, ni se puede reducir el Evangelio a una opción partidista, hasta el punto de declarar dónde sí y dónde no debe estar el voto católico.

Y sobre todo, no se acaba de comprender que ni se puede, ni se debe, pedir o negar el voto en representación de una Iglesia que ni se presenta a las elecciones, ni debe esperar que sean los poderes políticos los que realicen el ideal de vida cristiana.

No se trata de relativizar la política, pero sí de recordar su accidentalidad.