Como un tsunami - Alfa y Omega

Juan XXIII convocó el Concilio para reencontrar el modo de «transmitir, pura e íntegra, la doctrina, sin atenuaciones ni deformaciones», de modo que «esta doctrina sea profundizada y presentada de manera que corresponda a las exigencias de nuestro tiempo», y se extienda «cada vez más el rayo bienhechor de la Encarnación y Redención de Cristo en todas las formas de la vida social». El mundo había cambiado mucho, y se hacía necesario revitalizar la fe de la Iglesia. La misma fe de siempre. Para recordarlo, Pablo VI convocó, poco después, un Año de la fe, que clausuró el 30 de junio de 1968, con la solemne profesión del Credo del pueblo de Dios.

Pero algo se torció… «Fue casi como si un tsunami de secularismo sumergiera Europa Occidental, y cuando las olas se retiraron, se llevaron consigo todos los conceptos fundamentales [de la civilización]: familia, matrimonio, bien y mal, bien común, orden natural…». Así lo ha expuesto, ante el Sínodo de los Obispos, el cardenal Wuerl, arzobispo de Washington, que resumía las líneas maestras de su intervención en una entrevista a la agencia eclesial norteamericana CNS. ¿Qué falló? ¿Qué hicimos mal? «De algún modo, nos habíamos puesto a catequizar sin contenido», reconoce el Relator General del Sínodo. «Se presuponía que debía comunicarse una experiencia, una idea de que Dios nos ama…, pero [esa experiencia] no estaba enraizada en el Credo». Y, «como el Santo Padre ha señalado tantas veces, si uno no proclama al Cristo que la Iglesia conoce y vive, entonces puede estar proclamando a un Cristo que él mismo se ha creado».

No es casual, por tanto, que también un 11 de octubre, hace hoy 20 años, Juan Pablo II promulgara el Catecismo de la Iglesia católica. La confusión se había generalizado, y se hacía necesario presentar, de forma clara y sistematizada, el contenido de la fe de la Iglesia, ha explicado el cardenal Levada, prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en una conferencia en la Universidad Católica de América, en Washington. Se hacía urgente preservar la fe de ataques y tergiversaciones, pero también poner a punto a la Iglesia para el reto de la secularización. «El cardenal Newman ya lo había visto claramente hace siglo y medio, cuando dijo: Quiero un laicado que conozca su fe lo suficientemente bien como para hablar de ella con convicción, y que conozca la suficiente Historia para defenderla».

El sucesor de Levada en Doctrina de la Fe, monseñor Gerhard Müller, apuntala esa idea en una entrevista al periódico norteamericano National Catholic Register: «La Iglesia no es un fuerte, sino, más bien, un sacramento y un instrumento para la salvación de todos los pueblos. Los apóstoles fueron enviados al mundo a predicar el Evangelio e infundir esperanza. Somos los testigos y los misioneros de esa fe.., y ésta es la primera tarea de la Iglesia… La Iglesia necesita recuperar su confianza y, de nuevo, encontrar su lugar en el mundo. Necesitamos dejar de mirar hacia dentro, de discutir siempre las mismas cuestiones intereclesiales. Debemos concentrar nuestras fuerzas en la nueva evangelización».

También Müller recurre a la imagen del tsunami: «Las olas del secularismo habían comenzado a minar la Iglesia desde mucho antes, pero se acumularon en un tsunami, al tiempo que se celebraba el Concilio. En parte por esa coincidencia, cierto tipo de secularismo penetró en los círculos internos de la Iglesia. Y ahora no sólo tenemos el secularismo de fuera, sino que tenemos un tipo de liberalismo dentro de la Iglesia que nos ha hecho perder un poco el rumbo». Para recuperar ese rumbo, debemos volver a «las Escrituras, los Padres de la Iglesia, las enseñanzas de la Iglesia…».

En una palabras, recuperar a María. Ella fue el anclaje del Concilio, y lo es ahora de este Año de la fe, por voluntad, respectivamente, de Juan XXIII y Benedicto XVI. Lo resalta José Luis Restán en Páginas Digital: «En la casa de Loreto, en la casa que se caldea al amor de la Madre, dos sucesores del apóstol Pedro han querido venir a confesar la fe de los sencillos. Han querido señalar que no son los planes estratégicos ni la astucia comunicativa lo que asegura el éxito de la misión de la Iglesia, sino la obediencia llena de gratitud de la que María es maestra. En frase genial del Papa Ratzinger, ella es la Madre del Sí, ella quien nos narra el camino para seguirle por la vía de la fe. Tenía que venir a postrarse en Loreto precisamente él, uno de los grandes pensadores de este tiempo, para decir sencillamente en qué consiste el cristianismo a un mundo que en buena medida lo desconoce por completo».