A veces, el folio en blanco es igual de canalla que la vida; y aún a sabiendas de que la realidad siempre supera la ficción, cuando se habla de dolor cualquier palabra es poca para poder convocarlo. Porque el dolor, por mucho que se vista de años y de sueños, suele permanecer oculto en cualquier esquina de la casa o debajo del somier para aprovechar un buen momento y empezar el ascenso hasta el alma. Qué sé yo. Pero no se asusten, no siempre pasa. El dolor también se apoya en la nostalgia para hacerse más liviano y en las ganas de comerse el mundo que todos llevamos dentro aunque escondido, pero con el ánimo suficiente para saltar el precipicio e ir a por todas. Supongo que ya saben que Gracia Morales nos va a hablar de dolor…
Como si fuera esta noche es una obra de cincuenta minutos donde dos mujeres, madre e hija, rompiendo todas las leyes del espacio y el tiempo, comparten escena para rememorar la vida. Y digo la vida porque se trata de hablar desde la vida y sobre la vida. La madre, una de tantas madres entregada a su familia, amante y buena esposa, se deleita con los pequeños placeres que le ofrece la costura para pasar las horas y pensar en su marido. La hija, una treintañera que ha aprendido a vivir mitigando la ausencia de una madre con palabras, es bella por dentro y por fuera, con una energía que traspasa los marcos de la puerta. Resulta que tiene la clave para seguir viva y para mantener viva la presencia de su madre: habla a diario con ella, la convoca a un encuentro íntimo y se confiesa. Es mágico ver ese poder incisivo de la palabra para aunar dos mundos, vida y muerte, tan alejados como unidos. Aquellos que hablen con sus muertos ya me entenderán. Se te ponen los pelos de punta sólo con nombrarlos, porque parece que atraviesan las paredes y están a tu lado contemplándote y con un brazo extendido para acariciarte. Al menos es así como yo dibujo a mi madre cuando la nombro… Y es así también como estas dos mujeres, madre e hija, se encuentran para ponerse al día y descubrirnos poco a poco una historia que no por conocida es menos desgarradora.
Porque no se engañen, van a asistir a una pieza dura y familiar. Una historia de las que llenan los periódicos y los telediarios. Se saben al dedillo cómo terminan estos casos… Pero es una obra necesaria. Entiendo bien que Manuel Galiana y Óscar Olmeda hayan apostado por ella y la dirijan. Son de estos textos que no se pueden dejar escapar porque ocultan más que exponen; eso es bueno. Tiene momentos brillantes por los que te gustaría que la obra hubiera transcurrido para abrirte otra ventana por la que asomarte y tomar aire, pero se regresa a lo cotidiano, a lo conocido; lástima. Quizá sea eso lo que yo eché en falta. Traspasar la barrera, asumir el indómito aliento de voltear el iceberg y desmontar el dolor desde los pies hasta la cabeza. Ya me contarán qué les parece.
En cualquier caso, es una obra que se debe perseguir. Por sencilla, por verdadera y por noble. Susana Sanz y Julia Sanz son las dos actrices que encarnan el silencio y la vuelta de tuerca. Sobran los varones en escena, demasiado se nombran y existen muchos motivos para desahuciarlos; a esos, no a todos.
Sólo me queda una última reflexión. Hay un momento en la obra en el que la hija le dice a su madre: «Se me quedaron muchas cosas que contarte». A mí esa frase me desgarró las entrañas. Se me puso un nudo en la garganta y aún flota esa lágrima en lucha por salir de los ojos. Siempre quedan cosas que contar, ¿verdad? A los vivos, a los muertos, al aire o al silencio. Seguro que son cosas sencillas, del día a día; un ayer hice, mañana he pensado, que sepas que te quiero, cuídate y descansa… Porque no hay que esperar a que la vida se escape por la puerta de atrás o salga con sus alas, quizá hoy sea buen momento para decir todo aquello que nos aprisiona.
Sobra decirlo: ninguna mujer más víctima de la violencia de género. Ningún ser humano más lamiéndose las heridas.
★★★☆☆
Estudio 2-Manuel Galiana
Calle Moratines, 11
Embajadores
ESPECTÁCULO FINALIZADO