Una vía para hallar soluciones a problemas complejos consiste en fijarse en quienes no los sufren y en quienes los sufren más, y analizar por qué. Incluso en una España con solo 1,2 hijos por mujer de media, hay quienes tienen tres o más (ahora, uno de cada diez españoles; en 1976, uno de cada dos). El promedio nacional lo hunde sobre todo ese 40 % que no tendrá ninguno, según las actuales pautas de fecundidad, seguido por el 20 % que solo tendrá uno. Entender por qué sucede esto nos daría buenas pistas para concebir medidas natalistas eficaces.
De entrada, hay una correlación clarísima entre estabilidad familiar y fecundidad. Los hogares con una pareja casada tienen bastante más fecundidad que los formados por parejas de hecho o los monoparentales, pero ahora ni la mitad de los españoles se casa alguna vez y, de los que lo hacen, la mitad se divorcian. En otro orden de cosas, que cada año tengamos en media más mayores el primer hijo (y siguientes, si los hay) merma bastante la fecundidad global.
Otro factor que cuenta mucho son las convicciones religiosas. A más religiosidad –a la baja en nuestra sociedad–, más fecundidad: tienen muchos más niños los cristianos ligados a movimientos como Opus Dei, Camino Neocatecumenal, Legionarios de Cristo o Comunión y Liberación, y también los judíos ortodoxos o los inmigrantes musulmanes. En cambio, basar los planes de natalidad casi solo en el apoyo económico o el mejor trato fiscal a los padres (muy importante: que no sea solo a las madres), aunque sea justo y deba ser parte de dichos planes, difícilmente será la clave de un gran repunte en fecundidad. En las 20 ciudades españolas con menos paro, el número de hijos por mujer (1,18 en 2019) no es mayor que en las 20 con más paro (1,25 en 2019). En los países más ricos, las mujeres nativas tienen más o menos tan pocos niños como las españolas. En 1939, en una España destrozada y en la miseria, la fecundidad fue casi el doble que la actual…
Más medidas: concienciar a los españoles de que no tener apenas niños es un grave problema colectivo que empobrece afectivamente a la gran mayoría de quienes no los tienen, así como a los hijos únicos, y que aumentar la natalidad debe ser una gran prioridad política y civil; re-prestigiar las figuras materna y paterna, dejando de ningunear al padre, y no discriminar y despreciar a la mujer que no trabaje fuera del hogar por tener más niños y cuidarlos ella, en vez de terceros.
Solo mejorando apreciablemente en lo expuesto, otro gallo nos cantaría.