Como nosotros perdonamos - Alfa y Omega

Como nosotros perdonamos

Martes de la 1ª semana de Cuaresma / Mateo 6, 7-15

Carlos Pérez Laporta
Foto: CNS.

Evangelio: Mateo 6, 7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así:

“Padre nuestro del cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos han ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”. Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».

Comentario

Nosotros no sabemos hablar a Dios. Por eso, por lo general nos movemos entre el parloteo y el silencio mudo. Pero Cristo, que es la Palabra de Dios, que sale de la boca de Dios (primera lectura), nos da las palabras.

Ya en la palabra padre está contenido todo: ser hijos de Dios es todo a lo que estamos llamados, y todo lo que puede realmente llenar nuestro corazón. No haría falta pedir otra cosa, ni ser otra cosa. Sea cual sea nuestra circunstancia.

Pero cada una de las palabras siguientes explicita elementos de esa relación con Dios. Y cuando le decimos a Dios que es Padre nuestro, nos unimos a todos aquellos a los que Dios ame como hijos. Eso exige precisamente el perdón en el que nos insiste este Evangelio: «Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Dios solo puede ser Padre nuestro si reina el perdón entre nosotros, y somos todos hermanos. Pero, ¿va antes nuestro perdón o el suyo?

Jesús usa el adverbio «como» en otras ocasiones, pero en un orden invertido: siempre es Dios quien actúa primero para que nosotros podamos hacer; su primacía nos posibilita actuar «como» Él (cf. Mt 5, 48; Lc 6, 36; Jn 13, 34). ¿Por qué aquí cambia el orden? ¿Dónde encontraremos las fuerzas para perdonar si no somos perdonados primero por Él?

En realidad lo que nos pide es que renunciemos a nuestra propia justicia. Cuando perdonamos a nuestros deudores, renunciamos a reclamarles las deudas. Todavía ese perdón no es el perdón de Dios, pero esa renuncia abre espacio a Dios: el «desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro corazón mientras no hayamos perdonado a los que nos han ofendido», dice el Catecismo (§2840). Si nos negamos «a perdonar a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor misericordioso del Padre; en la confesión del propio pecado, el corazón se abre a su gracia» (§2838).

Como dice el poeta José Mateos: «El perdón siempre viene de fuera, de lo muy alto, gratuitamente. Pero solo si antes hemos llegado al límite de nosotros mismos, al máximo de nuestro esfuerzo por conseguirlo».