¿Cómo fueron los primeros siglos de la Iglesia? - Alfa y Omega

El objetivo del congreso internacional que tuvo lugar en el Vaticano del 27 al 29 de noviembre, organizado por el Comité Pontificio de Ciencias Históricas en colaboración con la Universidad Católica de Lyon, era arrojar luz a los datos que tenemos sobre los dos primeros siglos históricos de la Iglesia, sin dejar de lado los logros alcanzados en las últimas décadas por parte de los expertos de las ciencias llamadas profanas.

Su carácter multidisciplinar y, por tanto, la gran variedad de perspectivas adoptadas, marcaron plenamente su desarrollo. Era fundamental valorar las posiciones de autores famosos como Harnack para así poder distinguir entre las intuiciones de la primera expansión del cristianismo que se han revelado como realidad y aquellas teorías que se han quedado obsoletas y, por tanto, han sido superadas.

En primer lugar, tuvimos en cuenta los datos recabados acerca de las migraciones o diásporas, y el comercio e intercambio entre las civilizaciones de Occidente y Oriente en los primeros siglos de nuestra era. Este periodo fue, de hecho, el ápice del intercambio comercial a través de las rutas por tierra y mar entre el cercano y el lejano Oriente, en concreto, gracias al comercio marítimo bien documentado en el océano Índico, donde una flota de cerca 120 barcos sabía sacar partido al monzón del verano y al del invierno.

Estudios recientes han contribuido a colmar el vacío documental en torno al mundo que estaba fuera de los límites fronterizos del Imperio romano, más allá de Egipto y del territorio caldeo asirio. Se calcula que el volumen del comercio entre el Imperio romano y el lejano Oriente era de tal calibre que podía sufragar los gastos de mantenimiento del Ejército romano; es decir, unos 300.000 soldados.

Las vías del comercio con India, abiertas por Alejandro Magno, y con China, en concreto la famosa ruta de la seda, también fueron –como es lógico– las primeras rutas de la evangelización. Allí se mezclaban las comunidades hebreas con las cristianas. Tradicionalmente se identifican las áreas donde las lenguas habladas eran el latín y el griego, pero nos olvidamos de cómo las obras de san Ireneo y de otros padres de la Iglesia se han conservado y transmitido en arameo y en otras lenguas orientales.

Los estudios sobre los textos literarios de los primeros siglos ofrecen mucha información, como por ejemplo, la Demostración de la predicación apostólica de san Ireneo de Lyon; la catequesis para preparar el Bautismo o Los hechos de Tomás que datan de finales del siglo II o principios del II y ofrecen nuevas perspectivas.

Actualmente se ha consolidado una especialización temática que es indispensable para obtener un conocimiento profundo de la historia, pero es también limitada. Por eso, el congreso ha querido reunir a técnicos de diferentes disciplinas –historia, arqueología, historia del arte, sinología, exégesis patrística, historia de las migraciones, literatura antigua, etcétera– para favorecer la apertura hacia perspectivas que antes estaban lejanas.

Suscitan un gran interés los estudios en curso sobre el primer cristianismo en China. En este momento, no se pueden sostener conclusiones absolutamente ciertas. Los participantes han podido confrontarse en torno al tema del buen uso de las hipótesis a propósito de argumentos que todavía no han sido estudiados en profundidad. Progresar, de la mano de la audacia y la prudencia, y, sobre todo, siguiendo los protocolos científicos, es una de las lecciones que sacamos de este congreso.

Tratándose de una investigación, el encuentro ha permitido evaluar con otro prisma los datos recientemente recabados. Por ejemplo, ha emergido con claridad que se daban todas las condiciones materiales necesarias para poder viajar por mar o tierra, durante los dos primeros siglos de nuestra era, desde la cuenca del Mediterráneo hasta India o China. Pero todavía quedan muchas cuestiones pendientes, como, por ejemplo, la naturaleza problemática de las huellas del cristianismo en el siglo I y principios del siglo II.

El pasado se ha esfumado, pero nos quedan sus restos: obras literarias, documentos administrativos, objetos, obras de arte, hallazgos arqueológicos… El desafío es sacar conclusiones de esos vestigios. Tenemos el deber de estudiar toda la documentación histórica disponible: papiros, pergaminos, monumentos arqueológicos… pero siempre sabiendo que no representan al pasado en su totalidad.

La historia es ciencia, pero no es una ciencia exacta, sino humana. Por eso, el papel del historiador es interpretar, del modo más lógico posible, el pasado a través de los restos que podemos encontrar en los archivos, bibliotecas, excavaciones arqueológicas, monumentos y museos. Ningún estudio del pasado es completo, por lo que no sorprende que las interpretaciones de los historiadores sean a veces contrapuestas. El congreso tenía un objetivo claro: abrir nuevas vías de investigación. Se ha tratado un tema amplio con incesantes noticias, por lo que no se pretendía llegar a resultados definitivos. Uno de los objetivos fue ofrecer a los académicos presentes la oportunidad de compartir sus investigaciones. La publicación de los estudios del congreso ofrecerá la oportunidad de hacer un balance del conocimiento actual y alentará nuevas investigaciones sobre un periodo de la historia de la Iglesia ciertamente rico en enseñanzas, pero difícil de abordar.