Comer su Cuerpo y beber su Sangre
Solemnidad del Corpus Christi / Evangelio: Lucas 9, 11b-17
Este domingo celebramos la fiesta de la Eucaristía. Es la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor. Se trata de una solemne manifestación y confesión de fe, que quiere expresar todo el realismo que aquella Edad Media redescubrió acerca de la Eucaristía. De hecho, fue establecida en el siglo XIII, y en el siglo siguiente se intentó implantar en Occidente, permaneciendo siempre desconocida en la tradición ortodoxa. La intención de la iglesia es proponer, fuera del Triduo Pascual, la contemplación, la adoración y la celebración del misterio eucarístico que se conmemora el Jueves Santo, en la Misa de la Cena del Señor. Porque la Eucaristía no es un mero símbolo o metáfora de la presencia del Señor, sino la presencia real de Cristo.
El Evangelio de este domingo es la versión lucana de la multiplicación de los panes y los peces. Se nos dice que Jesús está predicando el Reino. El evangelista está uniendo la multiplicación de los panes, que es el preludio de la Eucaristía, con el camino, con la presencia anticipada del Reino de Dios. Así, la Eucaristía es adelanto de ese Reino prometido.
Al volver de la misión «los apóstoles cuentan a Jesús todo lo que han hecho» (Lc 9, 10), y Él los llama a retirarse, cerca de Betsaida, para estar a solas con Él y así renovar la comunión con Él, en esa intimidad con su Maestro. Pero la multitud, al darse cuenta de su partida, se pone en marcha en su búsqueda: desean la presencia de Jesús, su persona, porque sus palabras y acciones son el verdadero alimento capaz de saciar el hambre de cada persona. Y aquí Jesús acepta estar cerca de los necesitados: «acoge a la gente, les anuncia el Reino de Dios y sana a los que están enfermos».
La escena que presenta el Evangelio se sitúa al caer la tarde, como en Emaús (cf. Lc 24, 29). Es la noche, la oscuridad. Cuando el hombre, como Adán, reconoce su impotencia y necesita del sueño (cf. Gn 2,21), cuando la oscuridad impide ver, aparece Jesús. Se muestra compasivo y misericordioso. Se apiada de aquellas personas, porque al Señor le importa la gente, pero no de una manera general, sino uno a uno. Así ama Jesús a la multitud.
¡Cuántos detalles en el diálogo de Jesús con sus discípulos! Les dice: «Dadles vosotros de comer». Pero ellos sienten la impotencia ante la muchedumbre: «¿Cómo vamos a darles de comer?». Después tiene lugar la bendición, que recuerda a la Eucaristía. Los doce cestos son símbolo de los apóstoles, y la orden de Jesús de que los 5.000 hombres se sentaran «en grupos de 50» (cf. Ex 18, 24-26) representa a una Iglesia organizada.
Dice el Evangelio que Jesús «tomó los cinco panes y los dos peces y, alzando los ojos al cielo, los bendijo, los partió y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran entre la multitud». Es fundamental reconocer la importancia de estos cuatro verbos. Son los mismos que se utilizan para describir las acciones de Jesús durante la Última Cena, cuando tomó el pan, el alimento necesario para la vida del hombre; pronunció sobre él la bendición, la acción de gracias a Dios, testimoniando así que el pan es fruto de la tierra y de la bendición de Dios sobre el trabajo humano; lo partió, con una acción sumamente expresiva, destinada a grabarse en la memoria de los discípulos (cf. Lc 24, 35); y se lo dio diciendo: «Tomad y comed de él, esto es mi cuerpo», mi vida, es decir, se está entregando a ellos, para que participen de su propia vida (cf. Lc 22, 19). Es significativo que los dos discípulos de Emaús reconocerán más tarde a Jesús Resucitado precisamente cuando realice estas cuatro acciones (cf. Lc 24, 30-31), signo de una vida gastada, entregada, rota por amor.
Al caer la tarde, en las noches oscuras de nuestra vida, la luz del Señor nos ilumina. Como dice san Juan de la Cruz, «de noche iremos, de noche, que para encontrar la fuente solo la sed nos alumbra». Su presencia nos alimenta, su Palabra nos orienta, y al comer su Cuerpo y beber su Sangre comemos y bebemos fraternidad, hermandad. Es un Pan totalmente gratuito. Pero es tan grande ese regalo que Él mismo nos empuja a hacernos pan, a darnos como pan, a compartir nuestros bienes, a no reservarnos nada, a hacernos nosotros Eucaristía. Como decía san Ignacio de Antioquía cuando iba a ser devorado por los leones: «Soy trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las fieras». La Eucaristía es el gran signo del amor divino al hombre, que alimenta la fraternidad, que nutre la comunicación de bienes. Nuestras vidas eucaristizadas son vidas en el Señor, porque para eso viene, para eso se hace Pan y Vino, para eso se nos da como Alimento.
En aquel tiempo, Jesús hablaba a la gente del reino y sanaba a los que tenían necesidad de curación. El día comenzaba a declinar. Entonces, acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado». Él les contestó: «Dadles vosotros de comer». Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para toda esta gente». Porque eran unos cinco mil hombres. Entonces dijo a sus discípulos: «Haced que se echen sienten en grupos de unos cincuenta cada uno». Lo hicieron así y dispusieron que se sentaran todos. Entonces, tomando él los cinco panes y los dos peces y alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron lo que les había sobrado: doce cestos de trozos.