Cobo: «San Juan de Ávila nos enseña a amar no al ideal de Iglesia, sino a su realidad»

Cobo: «San Juan de Ávila nos enseña a amar no al ideal de Iglesia, sino a su realidad»

Como es tradición, este 10 de mayo, fiesta de san Juan de Ávila, se ha rendido homenaje a los presbíteros que conmemoran este año sus bodas de oro y plata sacerdotales

Santiago Tedeschi
Cobo durante la homilía en la Misa de san Juan de Ávila
Cobo durante la homilía en la Misa de san Juan de Ávila. Foto: Archimadrid.

«Gracias de corazón por vuestra respuesta siempre ilusionada y en esperanza, por entender que estáis al servicio de una misión que es mucho más que un trabajo profesional, con horas de oficina». Así ha querido empezar la homilía el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid, en la Eucaristía que se ha celebrado este viernes en el Seminario Conciliar en la festividad litúrgica de san Juan de Ávila, patrono del clero español.

Antes de la Misa, en un emotivo acto, se ha rendido homenaje a los presbíteros que conmemoran este año sus bodas de oro y plata sacerdotales. Tras la conferencia del padre Elías Royón, SJ, vicario episcopal para la Vida Consagrada y padre sinodal, y el homenaje a los sacerdotes, la capilla del Seminario se ha llenado para vivir la Eucaristía.

Durante la homilía, el cardenal ha expresado su gratitud a los sacerdotes de la archidiócesis por «vuestra entrega a la tarea pastoral, por vuestra disponibilidad permanente al servicio de la Iglesia diocesana, por vuestra fidelidad en medio de las dificultades. Y esto durante largos años: 25, 50».

Madrid en el horizonte

Reflexionando sobre el Evangelio que ofrece la liturgia en la fiesta de San Juan de Ávila, Cobo ha subrayado que «ofrece la oportunidad para ahondar, y renovar así, nuestra identidad de presbíteros, discípulos misioneros, en medio de este pueblo de Dios que se nos ha confiado, y hacerlo teniendo siempre como horizonte a este Madrid al que se nos envía». Unos sacerdotes que, a la luz de la Palabra, son sal y luz. Dos imágenes que quizás pueden parecer contradictorias pero que, sin embargo, hay que vivir en la identidad de «discípulos misioneros»: «Cuando Jesús se dirige a sus discípulos los coloca en el nivel de las necesidades mayores: la sal y la luz. Son el más alto bien, pues sin ellos no se puede sobrevivir».

Hoy los sacerdotes son llamados y enviados a ser «sal», ha dicho el arzobispo de Madrid ante los presbíteros; algo que quizás apenas se advierte, «pero con un dinamismo que transforma, da sabor, y hace que los alimentos gusten y atraigan. Lo sabéis bien: la vida y la entrega pastoral de un cura transforma una parroquia cuando aporta el sabor de Cristo». Eso es «lo que construye una comunidad y extiende en el barrio ese sabor que hace atractivo al Evangelio. Ser sal es aportar invisiblemente el sabor de la fraternidad que, como la sal, ayuda a conservar y curar heridas».

La sal se complementa con la llamada del Señor a ser también «luz» y con la misión de alumbrar: «Ser testigos que iluminan, pero no con luz propia. No somos protagonistas, no somos centrales eléctricas que producen luz, no somos sol, sino luna que refleja esa luz verdadera que vino a este mundo y alumbra a todo hombre: Jesucristo».

Iluminar o sazonar

De este modo, no existe contradicción en ser sal y luz; sino que habrá momentos y circunstancias donde es más conveniente «ser sal o alumbrar, cuándo es más necesario iluminar veredas de peregrinos y cuándo sazonar de alegría y esperanza evangélicas a nuestras comunidades. Un discernimiento que solo es posible si el pastor camina en medio de su pueblo y toca la realidad».

El mismo san Juan de Ávila muestra que ambas son tareas del pastor. Su vida es un ejemplo que invita a imitarle. Por último, el cardenal Cobo ha querido subrayar que este mismo santo «sigue siendo un maestro de quien aprender su afán por escuchar y hacer vida la Palabra de Dios […] Nos enseña a amar no al ideal de Iglesia sino a la realidad de la Iglesia que no siempre gusta, como a él no le gustaba la de su época; pero nos enseña a esforzamos en edificarla con amor, en esta época y en esta diócesis de Madrid, a cuya construcción todos estamos llamados a participar como discípulos misioneros. La sal y la luz se aportan porque faltan, son necesarios».