Cobo, en la Noche de los Testigos: «Que la persecución nos regale frutos de fe, esperanza y caridad»
La catedral de la Almudena de Madrid ha acogido la novena edición de la Noche de los Testigos, que ha estado presidida por el arzobispo de Madrid
En la ciudad siria de Maalula, al norte de Damasco, todavía se habla el arameo, la lengua de Jesucristo. Allí, cuando oyen el «tsajená» que pronunció Jesús desde la cruz, todos lo entienden. Ese «tengo sed» —tengo sed de paz, tengo sed de libertad— resuena aún en las calles de un país destruido por años y años de guerra, prolongada en violencias.
Desde el comienzo de la guerra en Siria, en el año 2011, el número de cristianos en el país ha descendido de dos millones a poco más de 300.000. Así lo recoge Ayuda a la Iglesia Necesitada, entidad pontificia que ha organizado este viernes, 14 de marzo, su novena edición de la Noche de los Testigos en la catedral de la Almudena de Madrid, presidida por el cardenal José Cobo, arzobispo de Madrid.
Hakuna llenaba la catedral con su música. La procesión de entrada al ritmo de su Noche. Kyrie eleison, con el icono de la Anunciación bombardeado en la ciudad siria de Homs y las palmas del martirio daban paso a las palabras del cardenal Cobo, que acogía a los congregados en la catedral, llena como los días de grandes festividades: «Sed todos bienvenidos en esta noche especial donde nos reunimos como Iglesia que acoge la voz de la Iglesia, que sabe acoger el grito de los perseguidos, de los mártires, el grito en definitiva de nuestro mundo».
Introducidos por el periodista Javi Nieves, se fueron colocando en el presbiterio los rostros de personas que el año pasado dieron su vida en defensa de Jesús. «Su muerte es para nosotros testimonio de esperanza». Atentados y persecuciones en Pakistán, Burkina Fasso, México, República Democrática del Congo, Sudáfrica… Tiroteados. Caídos a machetazos. Laicos, sacerdotes, misioneros… Lo que hicieron fue, como se iba leyendo, «permanecer fieles a su fe en Jesucristo».
Agua, sombra, brisa
La vigilia ha contado con el testimonio de monseñor Jean Abdo Arbach, arzobispo greco católico precisamente en Homs. Su sede episcopal fue tomada por los yihadistas y durante un tiempo se convirtió en la base de operaciones de los terroristas y en hospital de guerra. Aún hay en ella una bomba, encapsulada, que no llegó a estallar.
«La oración es como el agua en la sequía, como la sombra en el calor y como la brisa suave en pleno estío». Lo decía recientemente, tomando palabras de un santo, en una entrevista con motivo de su participación en la Noche de los Testigos. Algo que ha apuntalado durante su intervención en la catedral de Madrid, que ha comenzado con un elocuente «la paz de Cristo esté con vosotros». Después, ha relatado el horror.
No pudo tomar posesión de su ministerio, en 2012, por estar todo bajo manos del Estado Islámico. «Celebré la primera Misa como obispo en un sótano», ha recordado. «Vi por primera vez con mis ojos la destrucción y la maldad». «Las estatuas de la Virgen y los santos cortadas por la cabeza, cruces profanadas». Fue testigo de cómo le pedían a un cristiano que negara a Jesús, «pero él se mantuvo firme en su fe; lo fusilaron delante de su esposa y de sus hijos». «Mi pueblo ha vivido muchos episodios de martirio; tenemos 1.600 mártires cristianos en toda nuestra patria».
El gran desafío actual es la dispersión de los cristianos, también de los sacerdotes. «No podemos dejarles de lado y dejar que el cristianismo desaparezca de esta tierra de misión».
«El ánimo y la esperanza no nos faltan»
También se ha escuchado en la catedral al sacerdote nigeriano Peter Emmanuel Odogo, originario de Jos, una de las regiones donde los cristianos sufren a diario ataques por parte de grupos extremistas islámicos. «Espero que a través de mi testimonio personal descubráis que realmente tenéis a otros hermanos en Cristo en el otro lado que se encuentran en situación extrema de persecución por ser cristianos», ha dicho al comenzar.
Crecido en un barrio musulmán, el primer ataque de los fundamentalistas islámicos lo sufrió cuando tenía 9 años. «Peligro, peligro, se están acercando», les avisó una vecina. A partir de ahí, todo cambió. Empezaron a ir con precaución a la Iglesia en medio de las amenazas de Boko Haram, se sucedieron los ataques, quemando personas e iglesias, matando mujeres embarazadas… Su padre les compró un silbato metálico para avisar si veían algo raro. Su propia madre fue asesinada.
Y así ha seguido su día a día. Pero en medio de todo esto, «el ánimo y la esperanza no nos falta. Perseguidos, pero testificando. Muriendo, pero viviendo. La gracia de Dios lo hace posible».
Hacer memoria de las vidas entregadas
Ya en su meditación, el arzobispo de Madrid ha asegurado que «esta noche nos duele el cuerpo de Cristo, porque miembros de este cuerpo, en un mundo violento, sufren y padecen persecución». «Esta noche —ha continuado— es noche de silencio para escuchar en el corazón el grito de estos hermanos». Pero es un grito que en ellos «se hace alabanza a Dios» y es un «silencio que se hace oración para que la paz, la concordia y la libertad religiosa se impongan al odio y a la barbarie».
«Nos abruma el mal, nos abruman vuestras historias, nos abruma de verdad la situación de vuestras iglesias», pero «queremos recibir» la luz de los testigos para que, «en forma de plegaria, se convierta en maestra de nuestra Iglesia» para para «acoger el misterio del Evangelio, de la cruz del Señor».
En esta noche se han escuchado historias de personas «que permanecen fieles a Jesucristo, como comunidad». Personas «ancladas en la esperanza que no defrauda», unidas a sus comunidades. Las vidas entregadas muestran que «necesitamos hacer memoria de una Iglesia perseguida, de nuestra Iglesia de mártires». «Su entrega es una siembra de ánimo y valentía para una Iglesia como la nuestra, que en ambientes más cómodos a veces nos hace mediocres testigos del Evangelio, perezosos en la denuncia de las injusticias, frágiles en este permanecer en el amor».
«Pidamos a Dios que la persecución y el martirio de los mejores de los nuestros nos regale abundantes frutos de fe, de esperanza y de caridad en la vida de nuestra Iglesia», ha concluido, para dar paso a un momento de adoración al Santísimo, acompañado por la música de Hakuna: «Portones, alzad los dinteles, va a entrar el Rey de la Gloria».