Cada lunes por la mañana, antes de que comiencen las clases del colegio, tenemos clases de Catecismo para los niños y niñas de familias cristianas. Una hora más tarde doy otra clase de moral para los que no son cristianos, basada en un texto titulado El arte de vivir, traducido al gujarati como Jivan kala.
El mensaje del Catecismo cristiano tiene siempre la ventaja de la revelación de un Dios personal, la atrayente figura de Jesús con el ejemplo de su vida, y la eficaz ayuda que los sacramentos proporcionan para poner en práctica el gran mandamiento del amor.
Este primer mandamiento es el principio fundamental de El arte de vivir. El amor es la verdadera fuerza que puede crear una sociedad en la que sean posibles la libertad, la igualdad y la fraternidad. En el fondo, todos entendemos que el amor se traduce en respeto, en servicio, en no matar, no robar, no engañar…. y en ser suficientemente humildes y honestos para adorar al único Dios que, por muchos nombres distintos que le demos, es siempre el mismo: Amor.
Un lunes por la tarde, después del recreo, oí un gran alboroto en las duchas y al asomarme vi al grupo de los más revoltosos que había abierto todas las duchas, derrochando un agua que no nos sobra, y estaban bailando y cantando bajo la lluvia. Monté en cólera, les grité varias palabrotas que por desgracia he aprendido y se me escapan en momentos como ese, y estaba a punto de darle un puntapié al más cercano cuando ví que me miraba con ojos abiertos y asombrados, como diciendo: «Pero… ¿en qué quedamos? ¿No decía usted que el único Dios es amor?».
Gracias a esa mirada aprendí la lección. No hubo puntapié. Sonriendo para mis adentros fui cerrando todas las duchas y les dije: «Venga, bailarines, vestíos y subid al estudio, no os vayáis a resfriar».