El domingo 26 de mayo, solemnidad de la Santísima Trinidad, celebramos la Jornada Pro Orantibus. Es un día para que el pueblo cristiano tome conciencia, valore y agradezca la presencia de la vida contemplativa. Desde la clausura de los monasterios y conventos, las personas consagradas contemplativas, como afirma el Concilio Vaticano II, «dedican todo su tiempo únicamente a Dios en la soledad y el silencio, en oración constante y en la penitencia practicada con alegría».
La personas contemplativas vigilan como centinelas día y noche, igual que las vírgenes prudentes la llegada del esposo, con el aceite de su fe, que enciende la llama de la caridad. Los monjes y monjas son en la Iglesia centinelas de la oración contemplativa para el encuentro con el Esposo Jesucristo, que es lo esencial.
Las personas contemplativas como centinelas apuntan siempre a lo fundamental y esencial. Para el hombre moderno, encarcelado en el torbellino de las sensaciones pasajeras, multiplicadas por los mass-media, la presencia de las personas contemplativas, silenciosas y vigilantes, entregadas al mundo de las realidades no visibles, representan una llamada providencial a vivir la vocación de caminar por los horizontes ilimitados de lo divino.
En esta Jornada Pro Oorantibus es justo y necesario que recemos por las personas contemplativas, que volvamos la mirada y el corazón a sus monasterios y pidamos por sus intenciones. Sin duda, sus intenciones van encaminadas a la permanencia en la fidelidad siempre renovada de todos sus miembros en la vocación recibida y al aumento de vocaciones en esta forma de consagración.
Como un signo de gratitud, ayudemos también económicamente a los monasterios en sus necesidades materiales. Sabemos que las monjas y monjes son personas que por su habitual silencio y discreción no suelen pedir; pero son bien acreedoras a nuestras limosnas y generosidad, y nos pagarán con creces, alcanzándonos del Señor gracias y bendiciones de mucho más valor.