En su país eran estudiantes, comerciantes, informáticos. Aquí son vendedores de agua en la noche madrileña. Los podemos ver con sus carritos de la compra cargados de pequeñas botellas de plástico, fuente de ingresos con la que sobreviven y envían además algo de dinero a sus familias. Sus economías, como el resto de sus vidas, son un milagro. Un milagro con sonrisa, porque son tremendamente afables y respetuosos aunque, paradojas de la vida, hace unos días en una reunión vecinal con la Policía, se los consideró como uno de los mayores problemas en el distrito Centro por la actividad ilegal que realizan: vender agua. Sin embargo, como cientos de inmigrantes en Lavapiés, viven en una infravivienda con riesgo de derribo y su casero les cobra mensualmente 800 euros; pero eso, al parecer, no es un problema para la convivencia en el barrio.
Anoche nos invitaron a su cena de Ramadán. Cuando llegamos estaban aún rezando y nos sumamos a su oración sentándonos en el suelo. Tras el bismillah Ar Rahama Ar Rahim, su bendición, nos ofrecieron samosas, arroz y unas tortillas de lentejas. Mientras cenamos algunos recibieron llamadas de su familia desde Bangladés, Dinamarca, Italia, y nos pidieron que saludáramos, porque nosotras éramos su familia de acá.
Hablamos de literatura y poesía, de Tagore y de Nazrul Islam, dos grandes símbolos de la independencia de Bangladés y su cultura. En nuestra cena hubo un recuerdo también, con dolor y rabia, para algunos amigos que en estos días del Ramadán están en el CIE de Aluche, sin haber hecho nada más que no tener el permiso de residencia.
Avanzada la noche terminamos hablando de religión y entonces fue cuando, emocionados, compartieron con nosotras que el Ramadán era para ellos purificación y fuerza. Fuerza para perdonar, fuerza para luchar y fuerza para ser generosos y practicar la hospitalidad. Llegamos a nuestra casa, silenciosas, sobrecogidas una vez más por la calidad y la calidez de estos amigos entre quienes tenemos la suerte de vivir y con una pregunta que ninguna nos atrevimos a decir en voz alta: ¿Y si hiciéramos todos y todas un ramadán?