En el vasto lienzo de la cultura contemporánea, muy pocas películas han rutilado con la intensidad espiritual y dramática de La Pasión de Cristo, dirigida en 2004 por Mel Gibson. En el centro de esta obra que impactó a millones de espectadores y ha convertido a muchos cientos de miles de personas, Jim Caviezel —un actor ya católico antes de rodar— decidió abrazar un papel que se convirtió en un calvario personal, tanto físico como espiritual y laboral.
Caviezel no solo dio el sí a interpretar a Jesucristo, sino que revivió su camino de sufrimiento y entrega en el rodaje. Desde latigazos reales que dejaron cicatrices visibles hasta condiciones extremas de frío causantes de hipotermia y una neumonía grave, su travesía en la filmación rozó lo sobrehumano. Tan es así, que fue alcanzado por un rayo, episodio que lo llevó a dos cirugías a corazón abierto que lo salvaron de la muerte. Estas adversidades no quebraron su espíritu, sino que ahondaron en su i»dentificación con la cruz que llevó Cristo.
Ahora, la historia de la futura saga de La Pasión revela otra cruz para Caviezel. No podrá repetir su papel en las dos secuelas que Gibson estrenará en 2027, solo por el inexorable paso del tiempo y la imposibilidad financiera de un rejuvenecimiento digital cinematográfico de su persona. Mientras Hollywood lo ha marginado descaradamente desde que interpretara a Jesús —tal y como le advirtió Gibson que sucedería antes de que aceptara el papel—, ahora es el director australiano el que cierra la ventana de su regreso, arrumbando a un actor que se la jugó, asumiendo una carga más pesada que cualquier guion.
El peso de esa nueva cruz para Caviezel es una metáfora que nos invita a los católicos contemporáneos. Mientras él la abraza con silencio y fortaleza, muchos nos vemos atrapados en lamentos y desfallecimientos ante las dificultades de la vida cristiana. Su entrega nos recuerda que el verdadero seguimiento de Cristo exige sacrificio, renuncia y, a menudo, incomprensión social.
En tiempos de revolución tecnológica y superficialidad espiritual, la pasión de quien entregó su cuerpo, alma y carrera por representar al Salvador debería resonar como una lección ineludible. La vida con mayúsculas solo tiene sentido si elegimos caminar sosteniendo el madero del Señor, incluso sabiendo que el camino conduce al Gólgota. Ni Hollywood ni el mundo tienen por qué reparar en nuestra cruz. Ojalá el silente Caviezel sirva como referente para quienes acarrean su propia cruz en el caminar diario; una llamada a la fe genuina, al sacrificio abnegado y a la esperanza inquebrantable de la gran recompensa de la resurrección.