Cataluña y España - Alfa y Omega

Los resultados de las elecciones catalanas presentan algunas evidencias. Primera, Junts pel Sí, la lista de Mas y Junqueras, ha sido la opción más votada, y junto con la CUP alcanza la mayoría absoluta de diputados. La segunda, que esta concepción está sólidamente asentada en casi la mitad de la sociedad catalana. Y tercera, que se abre así una época de forcejeo histórico, de desgaste y conflicto, de resultados inciertos, pero de efectos negativos grandes y evidentes. Todo esto es muy complicado, pero hay una forma sencilla y segura de no resolverlo: depositando toda la culpa en el otro, y no preguntándose –todos– por las causas que han conducido hasta esta situación.

La Iglesia tiene un papel complicado en todo esto, en parte debido a la complejidad, y también porque hace años que su prestigio y credibilidad en España, Cataluña incluida, es baja, de las más pequeñas de Europa.

Los obispos, nuestros pastores, han llevado generalmente bien, dentro de estas limitaciones, su tarea principal, la de frenar las divisiones nacidas de las creencias seculares en lo religioso. Los nacional católicos de una y otra parte han sido contenidos. Pero este no deja de ser un papel de autoprotección, necesario pero insuficiente, porque los católicos podemos hacer más en este conflicto, en razón de nuestro mensaje, y también de nuestra experiencia histórica. Existe una genética católica para la mediación y la síntesis.

Quizás uno de los grandes ejemplos de ella fue cómo se superó el conflicto entre aristotélicos averroístas y agustinianos en el siglo XIII, que estuvo a punto de fragmentar la frágil unidad de la cristiandad latina, al configurar dos sistemas que parecían incompatibles. Fue santo Tomás de Aquino quien facilitó la superación del peligro invitándoles a participar del punto de vista que había construido, de manera que las limitaciones del agustinianismo juzgadas desde la perspectiva agustiniana, y las del aristotelismo juzgados desde el punto de vista aristotélico, se evidenciaban lo suficiente para poder ser corregidas.

Unas conversaciones entre católicos, sin pretensiones de llegar a una conclusión inmediata, basadas en un enfoque similar, podrían aportar al conjunto de la sociedad algo que cada vez será más necesario: la capacidad de dialogar para entenderse, para levantar pilares en los que construir puentes juntos, y así procurar respuestas allí donde solo hay conflicto.