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La Visita del Papa a nuestra tierra, con motivo de la JMJ, es un gran aconteciiento del que nos podemos beneficiar si lo sabemos aprovechar. El Papa necesita vernos, y nosotros necesitamos verle, así que no seamos tacaños, calculadores o cicateros. Merece la pena beber de la fuete, oír qué quiere decirnos y no conformarnos con verle en la televisión, como no nos conformaríamos con tener una foto de nuestra madre en lugar de pasar un rato con ella. Quedarse en casa está bien para personas mayores o enfermas. Si no, es que te sientes viejo por dentro y eso te impide correr. Benedicto XVI es el viajero de la esperanza, el peregrino incansable de la paz y no podemos dejar pasar este hecho como algo que quede sólo para recordar al leer lo que se escriba en los medios. La JMJ puede dejar huellas tan profundas en cada uno de nosotros, que ya nada ni nadie las pueda borrar. El paso del Papa por nuestra tierra nos puede dejar como nuevos; es una gracia singular que el cielo derrama sobre España y no debemos recibirla con el paraguas de la comodidad, del qué dirán, de la desconfianza o del temor a que su mensaje nos comprometa. Procuremos cerrar nuestros paraguas y dejarnos calar hasta lo más hondo de nuestro ser.
Miles de jóvenes de todo el mundo han llegado a Madrid para compartir su fe en Jesús. Es la cita eclesial más destacada para la Iglesia en España en los últimos tiempos. Desgraciadamente, tenemos conocimiento de que laicos, sindicalistas, ateos, feministas y otros colectivos, preparan movilizaciones en varias ciudades durante la Visita de Benedicto XVI. Hay muchos católicos que se están dejando llevar por el falso laicismo y raros progresismos. Para aclarar ideas, recordaré que la JMJ no costará nada el erario público, todo lo contrario, traerá beneficios. ¿Cuántas manos de obra se han contratado para cubrir este evento? Benedicto XVI no sólo representa a Cristo en la tierra, sino que es la cabeza de millones de católicos. Bienvenido, Benedicto XVI, a tierras españolas, pues su Visita contribuirá al bien común y a la concordia de todos, que falta nos hace. Todos esperamos que los frutos de la JMJ permanezcan mucho tiempo en la Iglesia, para seguir enriqueciendo a todas las comunidades y, de una manera especial, a los jóvenes.
Saúl era el segundo de tres hermanos y nació el 28 de octubre de 1990, en Talavera de la Reina. Después de su Primera Comunión, en mayo de 1999, empezó a asistir a misa, servir al Señor en el altar…, y a escuchar la llamada del Señor que le invitaba a seguirle. Tras un período de discernimiento, ingresó en el Seminario Menor de Toledo, con 12 años. Saúl siguió en el Seminario hasta que terminó sus estudios de Bachillerato, en 2008. Murió el 20 de agosto de ese mismo año. Durante toda su vida, amó y sirvió a quienes tenía cerca. Fue una persona llena de Dios, con grandes deseos de ser, un día, uno de sus sacerdotes: quería ser soldado de Cristo y esclavo de María. Cuando Jesús se le acercó y, hablándole al corazón, le dijo Ven y sígueme, él, con espíritu generoso, despojándose de los miedos y siguiendo, con alegría, el ejemplo de la Virgen, lo siguió. Aunque sólo era un niño, la llamada del Señor quedó grabada en su corazón y siempre repetía: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Dios fue formando en Saúl un corazón santo y bondadoso. Se entregó con fuerza a las actividades del Seminario (oración, deporte, estudio, convivencia…), luchó contra la pereza y llevó una vida diligente a la hora de realizar sus tareas. Fue humilde en todo momento, y ejemplo de entrega para sus compañeros. Tenía momentos difíciles, pero, por su confianza en Cristo, para él lo importante no era caer, sino levantarse. Saúl nos mostró su amor y entrega en la enfermedad: despojado de todo y débil, cargó con la Cruz del sufrimiento, de una enfermedad que acabaría con su vida terrena. En esos días, se pudo ver la fuerza de Saúl y su esperanza puesta en Dios. Fueron días de lucha para Saúl y para los que le acompañaban, pero una lucha apoyada en Dios. El Señor se fijo en Saúl y lo llamó a seguirlo más de cerca. Y Saúl, lleno de confianza en Dios, se entregó feliz a las manos de la Virgen, para, desde el cielo, derramar gracias sobre sus padres, hermanos, sacerdotes, seminaristas y amigos, como nosotros.
Los jóvenes son los principales destinatarios de los mensajes que Benedicto XVI va a transmitirles durante la JMJ, pero los que ya hemos pasado la edad de jubilación, debemos poner mucha atención a las indicaciones que, como pastor de almas, nos haga llegar este bueno y sabio padre que es el Papa. Una de las cuestiones que más me han impresionado de él, ha sido acerca de la oración: «La verdadera oración consiste en unir nuestra voluntad con la de Dios. La oración no es un accesorio, una cosa opcional, sino una cuestión de vida o de muerte. Para un cristiano, rezar no es evadirse de la realidad y de la responsabilidad que ésta comporta, sino asumirla hasta el final, confiando en el amor fiel e inagotable del Señor». Cosas así son las que podemos asumir, para colaborar en la acción evangelizadora a la que, de continuo, nos llama el Papa.