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En la década de los años 60 del siglo pasado, nació, en las cercanías de Roma, un movimiento cristiano comandando por un célebre jesuita, el padre Riccardo Lombardi. Como fruto de este movimiento eclesial, denominado Mondo migliore (Por un mundo mejor), surgió una institución con este carisma: un gran centro de espiritualidad, cuyo lema quedó grabado a la entrada del mismo y que le da su denominación. La sede de Mondo migliore se encuentra a unos treinta kilómetros de Roma, en Rocca di Papa, a orillas del lago Albano. Enfrente, al otro lado del lago, se levanta Castel Gandolfo, donde sobresale la residencia de verano del Papa. Hace 10 años, siendo yo Director Nacional del Apostolado del Mar, tuve la suerte de asistir, en dicho centro, a unas Conferencias del Apostolado del Mar de los países europeos. Mondo migliore dispone de diversos servicios: varias capillas, 19 salas de conferencias, un auditorio y una gran iglesia. En su interior, destaca una hermosa estatua del Papa Pío XII, que lo inauguró, cuya inscripción reza de la siguiente manera: «È necessario trasformare un mondo da selvático in umano, da umano in divino, vale a dire secondo il cuore di Dio. Pius XII». Otro célebre jesuita, el actual papa Francisco, durante sus futuras estancias en Castel Gandolfo, seguro que recordará con cariño al hermano Lombardi y su lema Por un mundo mejor. Hacer un mundo mejor durante su pontificado será su cometido y el más ferviente deseo de su corazón. Ayudémosle con nuestra oración y nuestro apostolado para que, siguiendo fielmente las enseñanzas y la doctrina del Romano Pontífice, la transformación del mundo sea una gozosa realidad.
Las hermandades y cofradías realizan una importante tarea social, tanto en lo que afecta a la asistencia a grupos empobrecidos y marginales, como apoyando políticas humanitarias y fomentando el compromiso social. Las Hermandades saben, en estos momentos de crisis, que en el clamor de los pobres está la voz del Señor que nos interpela, como nos confirma nuestro Papa Francisco. No es pretencioso decir que la presencia de las hermandades en el mundo de la pobreza, después de Cáritas parroquial, es la que tiene más implantación que cualquier otra institución social, pues aunque el Estado cubre muchas necesidades, la pobreza no desaparece y ahí es donde las hermandades, la Iglesia a fin de cuentas, mantienen sus compromisos cada vez más intensos. Cofradías y hermandades saben que, hoy, la mejor carrera oficial está en cubrir todas las necesidades y a todos los necesitados. Como siempre, la Iglesia está en primera línea social.
Con un fracaso escolar que nos sitúa a la cola de los países desarrollados, la tasa de abandono escolar más alta de la UE, una tasa de ni-nis que supera el 20 %, y el paro juvenil superior al 50 %, sorprende que, entre las preocupaciones de los españoles, la educación no aparezca como problema. Como recogió Alfa y Omega, en el Congreso Nueva Evangelización. Nueva Escuela, celebrado en Madrid semanas atrás, se afirmó: «El sistema educativo necesita una reforma profunda, de máximos, sin miedo porque va a tener una proyección ineludible en el futuro de España, no sólo en la economía, sino en la calidad de la convivencia y de la democracia. Estamos perdiendo la oportunidad». Si añadimos que las nuevas metodologías del relativismo, con dosis de constructivismo, aplicadas en muchos centros, se limitan a las transmisión de habilidades, no a educar al alumno en su conjunto, el fracaso se prolongará otra década más.
Desde hace años, escucho decir a los abortistas que «el feto no es ser humano hasta la semana 14 de gestación». Mucha gente, por comodidad, por no pensar, repite esa cifra como un mantra. Una semana es un espacio largo de tiempo y mucho pueden cambiar las cosas en siete días: de estar sanos a enfermar, de vivir a morir, de ser ricos a pobres… Pero una semana no es más que una unidad de tiempo, que se divide en otras menores. De modo que 14 semanas son 98 días, 2.352 horas, 141.120 minutos y 8.467.200 segundos. Los abortistas dicen que un feto no es humano en el segundo 8.467.200, pero sí en el 8.467.201. Bastaría con ver la ecografía de un feto en los segundos 8.467.200 y 8.647.201, situarlas juntas y preguntar qué es lo que hace que uno sea humano y el otro no.
Leí la columna del Santo Padre Francisco, en el número 829 de Alfa y Omega, en la que preguntaba si en nuestra vida diaria anunciamos a Cristo, si anunciamos el Evangelio. Mi pensamiento se situó en una Navidad de años pasados. Fui invitada, con mi esposo, a la comida del día 25, en casa de unos amigos. Vi manjares y regalos, pero ni un signo sobre la celebración de esa fecha. Su idea era celebrar una tradición anual para reunir a familiares y amigos e intercambiar regalos. Mi amistad con los anfitriones, que me habían dedicado incluso elogios, se transformó ese día en irritación por mi atrevida alusión a mi fe en el Nacimiento del Hijo de Dios, Jesucristo (la auténtica celebración de ese día). Tuve que escuchar algún improperio; fue un gran desengaño amistoso. Fui testigo de que esa familia no sentía el gozo del Evangelio, pero también me convencí de que sólo el Altísimo conoce la conciencia de cada uno: al terminar la fiesta, quien se había sentido más ofendida por mi imprudencia, se brindó amablemente a llevarnos a nuestro hogar. El Espíritu sopla donde quiere.