Las cartas dirigidas a esta sección deberán ir firmadas y con DNI, y tener una extensión máxima de 20 líneas. Alfa y Omega se reserva el derecho de resumir su contenido.
Sí, otra vez. Puedo suponer lo que esta noticia supondrá para un habitante de Sarajevo que, hace una década, vivió la misma escena que el día 23 de diciembre en Siria: meses en guerra y días ya sin harina.
Leo que en la localidad de Halfaya, en la provincia de Hama, la aviación del régimen del Presidente Bashar al Assad ha escogido como objetivo de su bombardeo la cola del pan. Mujeres y niños.
¿Cientos? ¿Miles? Todavía nadie los ha contado, sólo los amontonan y… ¿alguien los fotografía?
Sí, también leo que ha llegado un nuevo enviado especial a Damasco para tratar de lograr un acuerdo entre las partes, pero, mientras tanto, no puedo dejar de cuestionarme si hay otro ser capaz de desear el mal similar al hombre.
Permítame que comparta mi sorpresa, porque esto no es un hecho aislado ni puntual: el hombre al servicio del odio destruye personas, familias, sociedades, y ya estamos cerca de lograr que la Humanidad entera tiemble. Toda la técnica y la ciencia están al servicio de nuestros intereses —de hecho, al señor al Assad ya le avisan de las consecuencias del uso de armas químicas—.
El día en que muchos celebramos la Navidad, podemos encontrar la respuesta en un pesebre. Solamente el que ha ahogado la soberbia humana con el arma de la humildad, puede mostrarnos con esperanza y realismo que es posible hacer otro mundo, otra Historia, ¿otro cielo…?, porque sólo así se potencia esa otra capacidad del único ser que la ha recibido en la tierra: amar.
¡Cómo cambiaría nuestra empresa familiar si por un momento nos asomáramos a esa pequeña empresa, y al mismo tiempo la más grande del mundo, que comenzó hace 2013 años en un pueblecito llamado Nazaret! La Virgen María, ¡qué empresaria! Llena de vida, sin apartar de su vida la serenidad, dando siempre ese ejemplo de humildad ante cualquier acontecimiento desfavorable. Y san José, ese hombre fiel, justo, que dio a María y Jesús todo lo que tenía, su trabajo de carpintero y su vida diaria, llena de ejemplaridad digna de ser imitada.
Hoy, vivimos en un mundo que da vértigo, vamos de prisa, nos vamos de crucero o al Caribe, nos vamos de compras, cenas, comidas… Y, al final, de nuevo nos viene la desesperación. ¡Qué pena que no veamos algo que está al alcance de todo el mundo, que lo queramos desechar. Intentemos aprovechar las oportunidades que se nos presentan, a cada minuto, para hacer el bien. No nos dejemos llevar por la pereza, la comodidad, el egoísmo, la falta de amor. ¡Ésta es la auténtica felicidad!
La prensa estadounidense se ha hecho eco de la campaña antirreligiosa de una asociación atea, que invita al transeúnte, desde la mismísima Times Square neoyorkina, a mantener lo alegre de la Navidad (Santa Claus) y deshacerse del mito (Jesús). Blogs de toda la nación han tomado el pulso a una generalizada desaprobación pública, ante ese combate, cuerpo a cuerpo, ácido y cruel entre un sufriente Jesús crucificado y un Papá Noel con barba de quita y pon.
Pero más allá de la publicidad, el Hijo de Dios vuelve a nosotros cada 25 de diciembre, y si le reconociésemos como al que vino a darnos el cielo eterno, nos llenaríamos de alegría y veneración. No importa si muchos prefieren celebrar una Navidad laica sin un recuerdo del Niño de Belén. Él se nos regala a todos, incluso a los ateos que lo rechazan para poder vivir en ausencia de moralidad. Su proselitismo, el más exaltado y contradictorio, quiere acallar sus conciencias: cuanto más hablan de un Dios que no existe y llenan su mente de vacío, mejor demuestran su temor ante las palabras del Dios que niegan: ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?
Lo más grande que le puede pasar a un cristiano es recibir la Eucaristía. Pero ¿os habéis fijado en la calma y seriedad que se respira cuando entramos en una iglesia, y vemos dentro de la capilla a unas personas contemplando la figura de Jesús Sacramentado? ¿Os habéis fijado en el silencio tan rico y gozoso al hacer compañía al Santísimo?
Él y tú, tú le hablas, o quedas en silencio. Él escucha y consuela. ¿Puede haber algo más sencillamente gozoso? Siempre que podamos, paremos nuestro ritmo de vida, y démosle nuestra compañía un rato de nuestro tiempo. Él nos dará consuelo. Pero más que hacerle peticiones, que también lo hacemos, es que no se merece estar solo en el sagrario.