Alguien que nos hace dar vida - Alfa y Omega

El Domingo de Ramos, con el que iniciamos la Semana Santa, es un día singular y especial para todos nosotros. Y digo especial porque, incluso aunque este año no podamos hacer el recorrido llevando los ramos ni compartir la Eucaristía presencialmente, expresa el deseo más grande del ser humano: encontrar a Alguien que nos haga vivir y dar vida.

El salmo 21 nos dice que «contaremos la fama del Señor a nuestros hermanos». Esta es la gran invitación que Él nos hace en el Domingo de Ramos. Y el profeta Isaías nos recuerda que el Señor nos abre el oído, nos hace estar atentos; atentos a las necesidades de los hombres como vemos en el Evangelio: aquellas gentes de Jerusalén sencillas vieron cómo Jesús era distinto, cómo entraba en un borrico que representa la pequeñez, la cercanía a los hombres, la capacidad de entrega. No entraba como lo hacían los reyes de Jerusalén en caballos, que son signos de poder y de fuerza. Él entraba con otra fuerza distinta. Y es la que quiere que tengamos también nosotros, miembros vivos de la Iglesia, cuerpo de Cristo que tiene la misión de entrar en este mundo con muchas heridas, rupturas, enfrentamientos, pobrezas muy diversas, y que ahora afronta una pandemia sin precedentes… Dios es necesario. Dios no es una anécdota. El Dios cristiano que nosotros predicamos y en el que creemos no es un Dios de muerte, es un Dios de vida, es un Dios de reconciliación, es un Dios que no utiliza la fuerza para hacerse presente entre los hombres. Lleva el amor hasta dar la vida. Él hace la entrega de sí mismo, y es la que nos pide a nosotros, sus discípulos.

La Iglesia, de la que nosotros somos parte, tiene que entrar en el mundo. Y tiene que entrar como nos dice el Señor: «Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo; no se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa». Sí, tiene que alumbrar vida, alumbrar reconciliación y alumbrar paz.

En la página del Evangelio que proclamamos normalmente antes de la procesión de ramos, vemos cómo las gentes salían al encuentro de Jesús. Todo ser humano necesita a alguien que no le dé muerte, que le dé vida, que le impulse a vivir, que le impulse a entregar lo mejor de sí mismo. Hoy el Señor nos vuelve a llamar para que vivamos como discípulos de Cristo, que tenemos la vida del Señor por el Bautismo. Tenemos esta vida que nos lanza a hacer su camino. ¡Qué bien describe el Señor este camino en la Pasión! Es fácil entrar en la dinámica de este mundo, la dinámica de la fuerza, de la guerra, del enfrentamiento; la dinámica de ver siempre en el otro al enemigo y no ver al hermano. Jesús entra en Jerusalén y quiere entrar en todas las ciudades de este mundo. También quiere entrar en nuestro propio corazón, porque es Aquel que nos puede hacer salir de la esclavitud y hacernos partícipes de su vida, que es la más humana y es la más solidaria. En el inicio de esta Semana Santa, nos preguntamos: ¿por qué caminos nos quiere conducir el Señor?, ¿qué espera de nosotros el Señor en este siglo XXI? ¿Qué espera? Espera que esta nueva Jerusalén, la Iglesia de la que nosotros somos parte, entregue y manifieste lo que necesita este mundo…

¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito al que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! ¿Quién es este? ¡Qué grito daban aquellas gentes de Jerusalén! Es el grito que da esta humanidad: quieren a Jesús, desean tener a Jesús, aunque a veces ni lo conozcan; tienen ganas de tener ese Mesías. Que podamos abrir las puertas de nuestro corazón a nuestro Señor. El Jesús que entró en Jerusalén viene a nosotros. El Jesús que entró en Jerusalén hizo un pueblo, la nueva Jerusalén. Nosotros somos de ese pueblo y tenemos la misión de hacer en este mundo lo mismo que Él: llevar su vida a todos los hombres. Acojamos al Señor y acerquémoslo a los hombres hoy, cuando tanta falta hace.