Carlos Javier González Serrano: «Hemos cambiado la compasión por empatía barata»
Profesor y filósofo. O filósofo y profesor. El orden de los factores no altera la labor que está haciendo para que las respuestas no las busquemos solo en las redes sociales o en los libros de autoayuda, sino también en la filosofía, la sociología o la antropología. En Una filosofía de la resistencia (Destino) propone plantar cara a la emoticracia, la dictadura de las emociones propia de la sociedad del consumo.
El libro sitúa desde el inicio al lector en dos formas de estar en el mundo. O ajenos o conscientes.
Surge de un pensamiento de Zambrano que, en Persona y democracia, dice que hay dos maneras de vivir: resbalar por la vida o hacerse responsable. En el libro planteo dejar de resbalar por la existencia, porque parece que ahora todo es fluir y así dejamos de decidir y de ejercer. Y propongo la filosofía como camino de reconquista de la atención y, consiguientemente, de la responsabilidad a la hora de actuar. De ahí también viene el ejercicio de la resistencia.
Usted es profesor y destaca una frase de un alumno que es muy reveladora: «A veces me cuesta distinguir qué quiero y que me obligan a querer».
Una de las razones principales de escribir este libro es desmitificar la imagen de generación de cristal. Lo que yo veo es que los chavales no dejan de ser un espejo en el que se refleja lo que hacemos los adultos. Cuando decimos que no pueden enfrentarse a los problemas, lo que realmente decimos es que nosotros no les estamos dando herramientas. Tenemos que ayudarles a que sean responsables de su entendimiento y de la libertad de ejercer su valor para decidir; y si quieren decidir, tienen que tener claro qué quieren. Pero como todo está sesgado, dirigido por la mercadotecnia, por empresas que trabajan en dirigir nuestros comportamientos a través de mercados conductuales, desembocamos en la desidia, en estar haciendo algo que me parece que quiero, pero me siento vacío cuando lo hago. Tenemos que dejar de transmitir desidia e indiferencia, porque también se entrenan y se contagian.
Uno de sus objetivos a la hora de escribir el libro es «crear comunidad». ¿Qué significa esto?
El libro es un objeto que arremolina gente. Desde el punto de vista antropológico, es el intento de crear comunidad respecto a un texto para que puedan surgir conflictos, discusiones, diálogo… para salir del monólogo en nuestro universo privado. El mundo es un lugar de encuentro y lo estamos convirtiendo en un lugar en el que no es posible. Parece que estamos vinculados, pero cada vez nos sentimos más solos. De aquí viene la servidumbre afectiva. Cuanto más solos nos sentimos, más tecnologías digitales nos ofrecen para que nos sintamos menos solos, aunque sigamos estándolo. He intentado devolver al libro el lugar que le corresponde, que es el de compartir historias. Hemos dejado de compartirlas para ser sometidos por ellas emocionalmente.
¿La filosofía combate la autoayuda?
La autoayuda puede ser útil en momentos puntuales en la vida. La cuestión es que estos claims que propone, como que si quieres puedes o que te rodees de personas vitamina nos pueden ayudar, pero cuando hacemos un análisis desde la antropología, se desprende que estamos permanentemente lanzados a expectativas que no necesariamente se van a cumplir. Somos seres que se proyectan hacia el futuro partiendo de un pasado, pero ahora el presente es la saturación de futuro. Mejorarás en el trabajo, tendrás familia, todo te irá bien. Y si no, entonces, ¿qué ocurre? Tú suéñalo fuerte y ya veremos. Y con personas vitamina y sin lastres ni frustración.
Y sin compasión.
Sí, hemos cambiado la compasión por empatía barata. Nos ponemos en lugar de un palestino o un ucraniano, pero la pregunta es si hacemos algo para que el mundo cambie y por nuestro vecino o por nuestro alumno.