Cardenal Sandri: «El ecumenismo no es solo para especialistas»
El cardenal argentino Leonardo Sandri lleva más de una década guiando la Congregación para las Iglesias Orientales.En conversación con Alfa y Omega revela las claves para sacar jugo al nuevo documento El obispo y la unidad de los cristianos. Vademécum ecuménico
¿Qué destacaría de este directorio publicado por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos?
El documento actualiza de forma práctica las relaciones entre los miembros de la Iglesia católica y las que no lo son. Abre perspectivas concretas de colaboración con ellas, inclusive con la Iglesia ortodoxa, con la que, por desgracia, todavía no hemos podido llegar a la unidad eclesial. Desde la congregación llevamos a cabo un gran trabajo en este sentido, porque nuestras iglesias católicas conviven en muchos países con el islam, pero en otros territorios de Europa oriental o de Oriente Medio, así como en India, los cristianos somos ortodoxos o católicos. El vademécum está llamando a inspirar a todos los cristianos a vivir la vida de cada día teniendo en cuenta la unidad de la Iglesia. Por eso propone iniciativas desde el punto de vista de la oración litúrgica y de la colaboración práctica frente a los problemas de la secularización, así como de la cooperación en la caridad y el servicio hacia los más vulnerables, sobre todo ante la pandemia.
¿A quién está dirigido?
El mensaje está dirigido a todos los católicos y a todos los cristianos en general. A toda la Iglesia universal. No podemos pensar que el ecumenismo es algo que toca solo a los teólogos o a unos cuantos especialistas. Es una cuestión de cada cristiano, de cada hombre y mujer, de cada familia y de cada parroquia. Hay que vivir para la unidad de la Iglesia. Por supuesto, cada uno tiene que vivirlo en función de sus propias posibilidades. No es que un cristiano de Sevilla tenga que ir a hacer algo a Constantinopla, pero puede aportar su granito de arena rezando cada día por la unidad de la Iglesia, ofreciendo las penas, los dolores y las renuncias por este fin.
El Papa ha hablado en muchas ocasiones de «ecumenismo de sangre». Usted que ha viajado con frecuencia a los países donde los cristianos son perseguidos, ¿ha percibido esta nueva dimensión de unidad en el martirio?
Sí. Así es. Para todos nosotros el martirio es una celebración común donde recordamos a nuestros hermanos ortodoxos o católicos que han sido asesinados, perseguidos o secuestrados. Hay muchos ejemplos. Por ejemplo, recordamos en oración a dos obispos ortodoxos y un sacerdote católico secuestrados en Siria en 2013 y de quienes aún no se tienen noticias, o el atentado en la catedral sirocatólica de Bagdad que dejó 52 muertos. Ellos son la garantía del ecumenismo y este vademécum lo corrobora.
Sobre todo, teniendo en cuenta que la fe cristiana es la religión más perseguida en el mundo.
Sí, el 80 % por ciento de los que son perseguidos por su fe hoy en día son cristianos. Y no son perseguidos por ser católicos, ortodoxos, luteranos o anglicanos, sino por ser cristianos. Podemos decir que el martirio en Oriente Medio ha adelantado la unidad de la Iglesia. Aunque la persecución se ha trasladado también a otros países. La libertad religiosa está muy amenazada en países de Oriente y se paga con incluso con la vida en países de África, como Nigeria, donde se han recrudecido los atentados.
El vademécum ecuménico se publica para conmemorar el 60º aniversario de la creación del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos por parte de san Juan XXIII en 1960. ¿Cuáles son los principales desafíos pendientes?
Los mismos que encontramos los católicos. Para empezar la migración forzada. Muchos cristianos son obligados a abandonar sus tierras de origen a causa de la inseguridad, la guerra, la violencia y la persecución religiosa. También todas las dificultades derivadas de la pandemia. El futuro de la humanidad está herido por este flagelo que nos llama a ser solidarios. Muchas veces creemos que basta con hacer declaraciones, que son bienvenidas, pero hay que ser testigos del Evangelio en la propia vida.
¿Podríamos decir que uno de los nudos es el tema del primado de Roma y el papel del Papa?
Nuestra fe incluye la fe en la guía visible de Cristo en la tierra, que es el obispo de Roma y sucesor de Pedro. Pero tras el Concilio Vaticano II creció notablemente la conciencia de que el ejercicio de ese primado tiene que sufrir una purificación a través de la que se pueden abrir las puertas en nuestro camino hacia la unidad de la Iglesia.
El Papa ha dirigido un mensaje al patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, con motivo de la fiesta del apóstol san Andrés, en el que pidió que las iglesias cristianas sean ejemplo de «diálogo, respeto y cooperación práctica». ¿A qué se refería?
Los cristianos tenemos que hacer un frente común ante la preponderante secularización y la pérdida de valores que defienda la vida del ser humano desde su concepción, ante corrientes que propagan la eutanasia y el aborto, o modelos que descartan a ciertas personas porque no se adecuan al concepto productivo, porque son ancianos o porque tienen discapacidades. En definitiva, que represente los valores evangélicos frente a las injusticias. Hay que tener en cuenta que nosotros no estamos llamados a condenar al mundo, sino a salvarlo. De manera que tenemos que ir dejando nuestro testimonio para que se abra paso la luz del Evangelio, sin imponer.
¿Qué falta para lograr la plena comunión expresada a través de la participación en el mismo altar eucarístico?
En el mensaje el Papa elogia los avances en las relaciones entre la Iglesia católica y el patriarcado ecuménico. Pero esto es algo que sufrimos todos; por ejemplo, cuando he sido invitado a liturgias orientales en el momento de la comunión he tenido que quedarme quieto porque no podía participar. Les pasa también a ellos. Sin comunión fraterna nos quedamos con la boca seca. Pero ya hay algunas disposiciones. Por ejemplo, los laicos que se encuentren en un territorio donde no haya templos católicos, pueden cumplir con el precepto dominical participando en una liturgia ortodoxa.