Cardenal Philippe Barbarin: «Retomó todos los aspectos de la vida a partir de la revelación»
El arzobispo emérito de Lyon conoció en París a Henri de Lubac, al que considera seña de identidad de la teología de nuestro siglo
El pasado sábado, 9 de marzo, tuvo lugar en Madrid el XVIII Encuentro Fe Cristiana y Servicio al Mundo, organizado por la Fundación Maior y centrado este año en la figura del teólogo Henri de Lubac (1896-1991). Entre las voces más destacadas del encuentro estuvo el cardenal Philippe Barbarin, arzobispo emérito de Lyon, a quien tuvimos la oportunidad de plantear algunas preguntas acerca de la figura de este destacado teólogo francés.
¿Cómo nació su interés por De Lubac?
El padre De Lubac nació en Cambrai, pero pasó la mayor parte de su vida en Lyon. Ingresó en la Compañía de Jesús a los 17 años y cayó herido en la Primera Guerra Mundial. A los pocos años se convirtió en una de las principales figuras del Escolasticado de Fourvière, instalado junto a la basílica que domina la ciudad. Hoy en día, esta casa ha sido convertida en Conservatorio Nacional de la región. Cuando aquel escolasticado se trasladó de Lyon a París (en torno a 1975), era yo seminarista en el Institut Catholique y me enteré de que el padre De Lubac estaría encantado de recibir a los seminaristas que quisieran verlo. En aquella época vivía en el número 35 de la calle de Sèvres, junto a la iglesia de San Ignacio, en un piso compartido con el padre Paramelle, a quien volví a ver años más tarde en Lyon. Llamé y me dio cita sin dudarlo. A partir de entonces iba a verlo con regularidad, casi todos los meses.
¿Qué fue lo que más le marcó del padre De Lubac?
Recibía a sus visitantes con mucha atención, presentando los que se iban a los que llegaban. Así conocí a Louis Bouyer y a otras personalidades de la teología y de la Iglesia francesa de la época. Me regalaba un libro casi siempre que nos veíamos y, al mes siguiente lo comentábamos, porque le gustaba saber si lo había leído y… si lo había entendido.
¿Cuál de sus obras recomendaría a los lectores de hoy? ¿Podría nombrar alguna en particular que haya sido de especial importancia para usted?
Sin dudarlo, elegiría su Meditación sobre la Iglesia, no porque sea la más importante o la más erudita de sus obras, sino porque este libro tuvo una influencia considerable en los trabajos del Concilio Vaticano II, en particular en la Lumen gentium. El Papa Pablo VI dijo que cientos de obispos lo habían leído sin duda antes del Concilio. Basta comparar el plan de ambas obras: los títulos de los primeros capítulos —sobre el misterio de la Iglesia— y del último —sobre la Virgen María— son los mismos. Recordarán que en el Vaticano II se discutió sobre la conveniencia de elaborar un documento especial dedicado a la Virgen María y los padres prefirieron incluir la enseñanza sobre María al final de Lumen gentium… como en la meditación del padre De Lubac. Por mi parte, en mis cursos de Eclesiología en el seminario de Rennes, me baso en estos dos grandes textos sobre los que hago trabajar a los jóvenes y que les presento en paralelo.
En su opinión, ¿cuál es la gran aportación teológica del pensamiento lubaciano?
Una pregunta difícil, ¡sobre todo porque todavía hay muchas de sus obras que no he leído o de las que sé muy poco! Pero sin dudar demasiado y, por responder, elegiría los títulos de dos obras mayores que me han marcado: la primera, Catolicismo. Aspectos sociales del dogma, publicada en 1937, y su obra sobre Orígenes, Histoire et Esprit, publicada en 1950. Con la primera dio un nuevo rostro a la teología, quizá un tanto prisionera del magnífico panorama heredado de la Suma Teológica de santo Tomás —una síntesis incomparable, ciertamente, pero que parecía haberse convertido en un punto de paso e incluso en el plan obligatorio de toda teología futura—. Partiendo de la palabra catolicismo y destacando su etimología (kat’ holon, según el todo), Henri de Lubac quiso retomar todos los aspectos de la vida humana, incluyendo sus dimensiones sociales, a partir de la revelación cristiana. Tampoco dudó en dialogar con ateos o autores que habían cuestionado fuertemente el cristianismo. Fue una sorpresa para muchos verle interesarse por la obra de Proudhon y entablar con él un diálogo libre y vigoroso. Era un autor al que la teología cristiana no había prestado mucha atención hasta entonces.
Pero en mi itinerario personal, lo que más me ha conmovido y enriquecido es su comentario de la Palabra de Dios. Durante mis estudios en el Instituto Católico de París me sumergí apasionadamente en las lenguas antiguas (hebreo, arameo, siríaco), porque estudiarlas nos proporciona el gusto por las palabras y cambia profundamente nuestra relación con el texto bíblico. Mi primera gran «alegría lubaciana», si se me permite la expresión, fue la lectura de Histoire et Esprit, que leí en el ejemplar personal del padre De Lubac. A veces he oído decir cosas que contraponen estas dos líneas de trabajo, cuando en mi opinión se complementan admirablemente para dar cada vez más sentido y sabor al texto bíblico. Y me parece que Orígenes puede ser considerado el padre del trabajo exegético, que nos muestra el texto bíblico como una fuente inagotable que no deja de bullir.
¿Hasta qué punto su pensamiento sigue siendo relevante hoy en día?
Para mí, no se puede poner en duda. Me parece que los pensadores de gran talla siempre son relevantes. Lo mismo cabe decir de los filósofos. Nadie duda de que Descartes, Kant o Hegel seguirán siendo estudiados por las generaciones futuras, igual que Platón lo ha sido durante 25 siglos. En teología, los nombres que vienen a la mente son Orígenes, Agustín, Anselmo, Tomás… ¿Y por qué no habrían de ser De Lubac y Balthasar los nombres que surgirán y permanecerán como señas de identidad de nuestro siglo?
¿Tiene Lyon —su Iglesia, su historia…— una deuda con De Lubac? ¿En qué sentido?
Durante mis años en Lyon llegué a apreciar la profundidad de la memoria que dejó, y no fue principalmente por su inmensa obra teológica o su fama. Llegué a Lyon unos 25 años después de su partida. Y muchos sacerdotes me contaron lo interesado que estaba el padre De Lubac por su trabajo pastoral con jóvenes vicarios. Les hacía preguntas y le gustaba asistir a una velada parroquial o a una reflexión pastoral en los barrios desfavorecidos de la ciudad o de los suburbios. En ese sentido, mi experiencia fue similar. Cuando era capellán de un liceo de la región parisina, al comienzo del curso escolar siempre me pedía que le hablara de los campamentos o peregrinaciones que había organizado con grupos de jóvenes durante las vacaciones de verano. Y le encantaba recibir a un grupo de alumnos de Secundaria con los que había hecho algún taller bíblico o teológico a lo largo del año. Jóvenes que, algunos años después, logré que conocieran también al padre Congar. ¡Qué grandes momentos!
Los obispos de Francia se han pronunciado a favor del proceso de beatificación del cardenal De Lubac. ¿Qué avances se han dado en el proceso de beatificación y cuáles son los próximos pasos?
La decisión no fue ni difícil ni larga de tomar. En primer lugar, hablé de ello con el Papa Francisco que, como todos saben, está muy vinculado a la obra del padre De Lubac y no teme decir lo mucho que le debe. Para él no había ninguna objeción a la apertura de este proceso de posible canonización del padre De Lubac y puedo atestiguar que me animó a seguir adelante. Del mismo modo, cuando se planteó la cuestión a la asamblea de los obispos, hubo un asentimiento unánime. Ahora mismo, el trabajo se está realizando cuidadosamente y el postulador, Étienne Guibert, es un sacerdote de Lyon al que tengo en gran estima y cuya tesis doctoral versó sobre El misterio de Cristo según Henri De Lubac.