Cardenal Gregorio Rosa Chávez: «No imagino a mi país convertido en una cárcel»
La guerra contra las pandillas en El Salvador mantiene al país en un estado de excepción desde hace casi 13 meses, con la consecuente restricción de derechos, como denuncia el primer cardenal salvadoreño
El Salvador ya lleva 13 meses en estado de excepción. ¿Qué balance hace?
Todo indica que el plan del Gobierno es convertirlo en algo permanente. Visto superficialmente, ha sido un éxito total, pero una mirada más atenta suscita graves interrogantes. El precio de la tranquilidad que disfruta la población es muy alto: la violación de derechos humanos fundamentales. No imagino a mi país convertido en una inmensa cárcel, pero caminamos en esa dirección.
Bukele ha vuelto a la política de mano dura contra las pandillas. Esto nunca ha funcionado. ¿Cómo lo valora?
Es el drama humano más doloroso. Ninguna persona que crea en la dignidad humana puede estar de acuerdo con esta política. En la propuesta del Gobierno no hay ningún componente de rehabilitación. El pandillero ha sido demonizado de tal manera que está destinado a morir en la cárcel. Ha sufrido tanto la población el azote de las pandillas que, atenazada por el miedo, piensa que si un pandillero es liberado, volverá a sus andadas. Por tanto, la opción es encerrarlo para toda la vida. Se cumple lo que nos dijo Juan Pablo II en 1983: «Se piensa erróneamente que nadie puede cambiar».
Se han documentado torturas, abusos y encarcelaciones de inocentes.
Distintas organizaciones de la sociedad civil, sobre todo relacionadas con la promoción y la defensa de los derechos humanos, han denunciado con datos contundentes esta terrible realidad. Lo mismo han hecho diversos centros de investigación, como la Universidad José Simeón Cañas (UCA), de los jesuitas. A las voces internas se ha sumado el clamor de la comunidad internacional, pero el Gobierno ha hecho oídos sordos y ha seguido adelante con su proyecto, con una crueldad estremecedora. Desde la Iglesia también lo hemos denunciado, pero como dije en la homilía del 24 de marzo, en la conmemoración del martirio de monseñor Romero, hemos sido «una voz que clama en el desierto».
¿Qué piensa cuando ve hombres detenidos hacinados como animales?
Me viene espontáneamente el recuerdo de los campos de concentración de los nazis. El mismo Gobierno, con su propaganda, se ha regodeado con estas escenas y ha mostrado con lujo de detalles lo que le espera a quien caiga en manos de la Policía o los soldados. La presunción de inocencia no parece entrar en la fórmula de quienes se ocupan de la seguridad del pueblo salvadoreño.
En la Misa por el aniversario del martirio de Óscar Romero, el pasado 24 de marzo, dijo: «Sentimos culpa porque muchos de nosotros nos hemos acobardado». ¿Se refería a la Iglesia?
Es la homilía que me ha traído más sufrimiento, tanto antes como después de haberla pronunciado en la catedral de San Salvador. La idea central era la exhortación de monseñor Romero: «El pastor debe estar donde está el sufrimiento». El texto es un mea culpa que yo hacía en nombre de los que estamos llamados a pastorear a un pueblo que sufre tanto. La otra idea era hacer presente el dolor de la gente, expresado como un caminar sin esperanza por «la calle de la amargura». Solo al final había un vehemente llamado a escuchar el clamor del pueblo sufrido a consecuencia del estado de excepción. Y esas breves frases fueron las que se convirtieron en titulares.
¿Qué diría Romero hoy?
Esa es la pregunta incómoda e inevitable, sobre todo para quienes tenemos una responsabilidad pastoral y estamos tan lejos de su gigantesca estatura ética y cristiana. Destaco algunos textos. Este es de ocho días antes de morir: «Este es el pensamiento fundamental de mi predicación: nada me importa tanto como la vida humana. […] ¡Lo que más se necesita hoy aquí es un alto a la represión!». Recogiendo el clamor del pueblo: «Hay muchos que se escandalizan de estas palabras y quieren acusarla [a la Iglesia] de que ha dejado la predicación del Evangelio para meterse en política. No acepto esta acusación.
¿Ha dialogado la Iglesia con Bukele?
Cuando fue elegido, los obispos lo visitamos para felicitarlo y ofrecerle nuestra colaboración. Fue una reunión breve, en la que expresó su aprecio por nuestra labor, pero no se habló de ningún mecanismo de comunicación entre el Gobierno y nosotros. Después no ha habido ningún otro contacto directo con él o con su equipo. Nunca había sucedido algo así desde hace casi 50 años. Tampoco hemos recibido alguna reacción de su parte a los mensajes de la Conferencia Episcopal de El Salvador o a los planteamientos del arzobispo José Luis Escobar.
¿Ha sufrido persecución o ataques por alzar la voz?
La gente que me conoce sabe que soy un hombre de paz y que muy pocas veces alzo la voz. Las veces que lo he hecho siempre ha sido desde una perspectiva pastoral, inspirado en el Evangelio, en la doctrina social de la Iglesia y en los planteamientos del Papa Francisco. Y he dicho pocas cosas como estas: el Gobierno se ha caracterizado por un lenguaje de confrontación, no está abierto al diálogo, no fomenta la unidad de la población y trata con extrema dureza a quienes considera sus adversarios. Sabía que la homilía del 24 de marzo, aquella denuncia, tenía un precio. Y vino el chaparrón más salvaje que he recibido en mis 40 años como obispo. Incluso gente que me aprecia reenvió alguno de los mensajes más ofensivos y vulgares. Recordé una frase que repitió varias veces monseñor Romero: «Me estoy quedando sin amigos».
El presidente ha logrado una gran popularidad. ¿Cómo lo explica?
No soy analista político, sino pastor. Las explicaciones abundan y cualquier persona interesada en el tema puede encontrarlas. Por supuesto, la guerra contra las pandillas ha sido su proyecto más rentable. La última encuesta de la UCA explica con precisión lo que a muchos nos parecía obvio: la gente más informada no es tan optimista como la que sucumbe a la propaganda avasalladora del Gobierno. Solo cuando comprenden lo que significa perder los derechos enumerados en el régimen de excepción se dan cuenta de que se trata de algo muy grave. Los datos sobre cómo está organizado el aparato de propaganda, con un escandaloso presupuesto y una gran cantidad de personas dedicadas a las distintas tareas que ello implica, son terroríficos.
El poder está concentrado en el presidente. ¿Hay peligro de dictadura?
Es la realidad que vivimos en El Salvador, donde el debate parlamentario es solo formal, donde los diputados y diputadas de la oposición son continuamente humillados, donde todo se cocina en la casa presidencial, donde ningún tema importante puede ser debatido en la plaza pública. Y cuando se reclama, la respuesta es: «Este es el mandato que hemos recibido del pueblo. No tenemos nada que dialogar». Muchos afirman que tenemos un Gobierno populista. El populismo necesita masas. La verdadera democracia la constituye el pueblo.
La población está preocupada por la economía. ¿Cuál es la situación?
Decía un profesor de la UCA, el jesuita español Francisco Javier Ibisate, que la mejor encuesta real es la cesta de la señora que va al mercado. Estos últimos meses regresa a casa bastante vacía.
¿Cómo trabaja la Iglesia con los pandilleros?
Uno de los que me atacaron tras la homilía dijo que yo comía en el mismo plato que los pandilleros. No sé qué habría dicho de Jesús, que lo hacía con publicanos y pecadores. Ha habido muchas experiencias. Se dio preferencia al trabajo preventivo, procurando evitar que un joven o una joven cayera en las redes de las pandillas. Uno de esos programas era de talleres vocacionales, para capacitar a jóvenes en crisis en varios oficios. Hablé con uno de ellos a la hora del refrigerio y me dijo que le gustaba venir a nuestros talleres porque nadie le decía que no servía para nada, que no tenía remedio y porque le daban amor y una oportunidad. Y cuando me atreví a preguntarle por qué ejercía la violencia, me respondió con amargura: «¿Cómo quiere que yo ame si nunca me he sentido amado?». La política del Gobierno para hacer, como dicen, «la guerra a las pandillas» omite que toda persona tiene derecho a una oportunidad. Estoy convencido de que por este camino no se construye la auténtica paz social. Decía san Juan Pablo II: «Fuimos creados por amor y para amar. Nadie puede vivir sin amor».
¿Han podido entrar en las cárceles durante el estado de excepción?
Solo tuvimos una Misa en la cárcel de Mariona y con máximas medidas de seguridad. Sin embargo, no hemos podido hablar con ninguno de los privados de libertad ni visitar su celda. En el último año han sido detenidas más de 66.000 personas, es decir, el 1 % de la población. Algo no está funcionando bien.