Cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid: «Una huella que marcará el futuro»
«Próximamente ofreceremos los textos íntegros de todo lo que Benedicto XVI dijo en Colonia», prometíamos a nuestros lectores en nuestro número anterior. Aquí están, en un número especial, prácticamente monográfico. Difícilmente puede haber una brújula mejor que seguir para orientarse al principio del curso que comienza. Como escribe el cardenal arzobispo de Madrid, es «una huella que marcará el futuro», con «una línea que lo vertebra todo»: Venid a adorarlo
Nadie dudará de que el acontecimiento de Colonia no ha perdido nada de su actualidad, en el sentido de que el contenido de lo que allí se vivió, entre los jóvenes, en la Iglesia, en la sociedad —sobre todo en la europea—, es de tal hondura que no ha caducado nada de su capacidad de transformación de las almas y de las vidas. En dos semanas, ha dejado una huella que marcará el futuro, no sólo de la pastoral juvenil de la Iglesia en los próximos años, sino, también, del camino de toda la Iglesia en su labor de evangelización.
Por un lado, el Papa ha asumido la Jornada Mundial de la Juventud como algo muy de Juan Pablo II, ya que él la había convocado. Juan Pablo II había fijado el lema: Hemos venido a adorarlo. Un lema que estaba determinado por el lugar en el que se iba a celebrar, allí donde se conservan las reliquias de los Reyes Magos. Pero, a su vez, la Jornada ha sido muy suya, muy de Benedicto XVI. Le confirió una nota personal que la ha llenado de riqueza espiritual y pastoral para todos los que participamos en ella, sobre todo para los jóvenes y, de una manera muy especial, para Europa, y para Alemania, que durante esos días se ha convertido en el corazón de Europa. Desde este punto de vista, Benedicto XVI le dio una nota muy honda de acercamiento a la realidad, en la medida en que ofreció la gran respuesta cristiana a los problemas y a las ansias de los jóvenes de este tiempo, en especial de los europeos. Lo hizo, además, de una manera genial.
Por ejemplo, si uno lee, después de haberle oído, y después de haber vivido el acontecimiento en todo su conjunto, las intervenciones del Papa, su texto en la Vigilia, que concluyó con ese esplendoroso acto de adoración eucarística, y la homilía de la Eucaristía en la mañana siguiente, en Marienfeld, descubre que hay una línea que lo vertebra todo. Esta línea viene dada, ciertamente, por el lema Hemos venido a adorarlo, pero también por eso que Benedicto XVI llama el estado espiritual de la juventud y del mundo, sobre todo de la Europa. Un estado ansioso de la luz de Dios, que busca, sin saberlo muchas veces, la respuesta que sólo puede venir de Dios. Un Dios que se nos hizo cercano, que se nos hizo Enmanuel, Dios con nosotros; que se nos hizo niño, al que es preciso adorar para que podamos encontrar la respuesta a los grandes problemas de la vida personal, y de la sociedad. Desde ese punto de vista, creo que los jóvenes han recibido un mensaje extraordinariamente vivo y actual. Y no sólo los jóvenes, sino toda la Iglesia, y también toda la sociedad de nuestro mundo.
Indudablemente, esta Jornada Mundial de la Juventud, en continuidad con las anteriormente celebradas, tiene una fuerza de evangelización de primer orden, sobre todo con respecto al presente de los jóvenes, y al futuro de la Humanidad. Pero, sobre todo, tiene un significado muy importante para Europa y, en especial, para Alemania. No hay que olvidar que Alemania es un país en el que la tercera parte de sus habitantes no están bautizados, otra tercera parte son protestantes, y otra tercera parte son católicos. De algún modo, la presencia de Dios, la noticia de Cristo, se ha perdido en la formación y en la vida de muchas familias, de muchos jóvenes y de muchos niños. La Iglesia ha vivido en Colonia, en torno al Papa, a través de los jóvenes, con la presencia de muchos de sus obispos y de una gran número de sacerdotes —unos 10.000, casi todos jóvenes—, con una significativa representación del colegio cardenalicio, esa actitud de ir a la cuna de Belén para adorar al Señor, en una Europa que, como decía el Papa citando a Edith Stein, había perdido consciente y deliberadamente la costumbre de rezar. Que en esa Europa se volviese a afirmar la necesidad de buscar la estrella y dejarse guiar por ella hasta llegar a Cristo —haberlo hecho vivo y vivido en el sacramento de la Eucaristía, en la adoración al Señor sacramentado, en la noche de la Vigilia, y luego en esa Eucaristía de transformación interior a través de la comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo—, ha dejado ya y va a dejar una huella profunda en el contexto actual, espiritual, social e histórico de Europa y del mundo, en este año 2005.
Estoy seguro de que los jóvenes, sobre todo los seminaristas, que vinieron de Colonia, y vivieron el gran acontecimiento de la Jornada Mundial de la Juventud —y todos aquellos que lean los mensajes que Benedicto XVI nos ha regalado—, harán como los Magos: llevarán a sus ambientes y a sus compañeros la gran noticia de que el Señor está con nosotros, y que es preciso, hoy y siempre, acudir a adorarlo.