Érase una vez una niña que cantaba ópera. El resto del cuento ya lo conocen: la caperuza roja, la cestita con los pasteles, el lobo feroz, la abuelita de las grandes orejas y el leñador. Ópera divertimento da la nota con una versión del clásico infantil, que tiene un poco de los hermanos Grimm, otro poco de Charles Perrault y mucho de la inspiración musical de un joven compositor uruguayo, Carlos Aznarez, y de quien lleva la batuta en la dirección, Miguel Ribagorda.
Planteado como una iniciación operística para los más pequeños de la casa, la obra, en conjunto, cumple sin desentonar, aunque el objetivo de llegar a un público entre 4 y 100 años se antoja demasiado ambicioso. Los niños no entienden casi nada cuando Caperucita, de repente, se convierte en soprano ligera y el lobo, como corresponde, se transforma en tenor; y los mayores apreciamos el esfuerzo de unos cantantes estupendos, que además son buenos actores, pero vemos con apuro que nuestros hijos están deseando que dejen de cantar y que el leñador, fuerte y valiente, les vuelva a preguntar si han visto al señor Feroz.
La adaptación del guión es correcta. Introduce los elementos imprescindibles para conjugar tradición, sin que nadie se pierda en la historia, y guiños de cierta originalidad. Sobra un recurso facilón de retorno al pasado, que trata desde el principio de implicar a los niños, pero que luego no se aprovecha en el desarrollo del cuento.
La sencilla escenografía, que gira en torno a un pozo, se completa con una pantalla gigante a la que se le saca escaso partido. De los personajes, la abuela fumando un puro está totalmente fuera de tono y, sin embargo, la intérprete de la música en directo, con un teclado, subraya, entona, divierte y da matices de color a un panorama en ocasiones algo monótono. Sobresalen, como debe ser, Caperucita y el lobo, ante el que hay que quitarse la caperuza y el disfraz, como hace él mismo al final, porque cantar así con ese peso en la cabeza tiene doble mérito.
La intención es bravísima; el resultado, voluble, cual pluma al viento. Es cierto que, parafraseando el dicho, podríamos consolarnos con un «canta, que algo queda», pero a mí, lo que me queda es la pena contenida de una magnífica idea sólo parcialmente aprovechada. En proyectos como éste hacen falta buenos músicos, buenos actores y generosos productores. De todo eso, hay. Lo que pasa es que, cuando la intención pedagógica es tan evidente, hacen falta también personas que enseñen a enseñar, que pongan sus talentos al servicio de la ópera, del rock, o del teatro en inglés.
No obstante, y a pesar de los peligros, merece la pena adentrarse en el bosque. El camino hasta la casa de la abuelita es corto, se pasa volando. La obra apenas dura una hora. Colorín, colorado. Enseguida estarán de regreso: sus hijos, persiguiendo al lobo por toda la casa y ustedes añorando, tarareando bajito aquello de que «la mujer é mobile, cambia de palabra, e di pensier».
★★★☆☆
Teatro Infanta Isabel
Calle Barquillo, 24
Chueca, Banco de España
OBRA FINALIZADA