Diciembre deshoja los blancos pétalos de nieve. Preparamos el musgo y el corcho, y buscamos un año más las figuritas del belén. En el Portal, un Niño Dios duerme entre pajas, mientras entonamos villancicos que nos hablan de las raíces cristianas del viejo continente europeo, sin las que resulta imposible entender nuestra historia, nuestro arte y nuestra cultura.
Como bien ha estudiado Manuel Alvar, en su obra Villancicos dieciochescos, el villancico es, en parte, una poesía para ser cantada, condicionada por la música y cumpliendo unos fines no sólo literarios. Al parecer, se cantaban teatralmente en las iglesias. Otros autores creen que hay dos fuentes de villancicos: la que procede de la recitación palaciega y la que patrocinaba la Iglesia. En Andalucía se cantaban en los patios y corrales de vecindad. En los Anales de la catedral de Notre Dame, encontramos noticias acerca de estos cantos, al igual que existen documentos en Roma, Bolonia y Venecia que nos hablan de la influencia de la música popular napolitana en los mismos.
Característico de la isla de Mallorca es el Canto de la Sibila, en la víspera del día de Navidad, junto al Canto del Ángel, que ha sido declarado de interés cultural por la UNESCO. En el santuario de la Patrona de la isla, la Virgen Morena de Lluc, se celebra dicha fiesta con gran solemnidad. El Canto de la Sibila viene documentado, a partir del siglo X, en Cataluña, Italia y Francia. Los documentos del siglo XIII afirmaban que, inicialmente, se cantaba en latín, hasta que en el siglo XIII aparece en versiones catalanas. Hay autores que lo hacen derivar del provenzal, si bien los testimonios escritos desaparecieron, quedando únicamente la transmisión oral. También poetas como Lope de Vega, Góngora, Gerardo Diego o Luis Rosales dejaron hermosos villancicos.
En Francia, los villancicos tuvieron su origen en los dramas litúrgicos medievales del ciclo de Navidad, y en las representaciones de los monasterios nacidos en el siglo XV. En el siglo XIII, los mejores músicos interpretaron o compusieron estas canciones, entre ellos Louis Claude Daguin, intérprete de la mejor selección en el día de Nochebuena.
En Austria, Suiza y Alemania, se oyen las bellas notas del Tannembaum, pero quizá la letra más difundida sea Noche de paz, siendo considerada en Salzburgo una canción tirolesa. Los orígenes de la misma pueden ser varios. Tal vez, la más verídica sea aquella nacida en la aldea, cuando un médico, al ser llamado para visitar a un enfermo, exclamó en medio del silencio de aquella noche mágica: ¡Qué noche de paz!
En Inglaterra, Christmas Carol y Gingle Bells se oyen por doquier; en la península italiana, san Alfonso María de Ligorio dejó una bella canción: Tu scendi dalle Stelle; en nuestro país, El Tamborilero o Adeste Fideles. Tal vez el primer villancico de la Historia lo entonaron los pastores de Belén al exclamar aquella maravillosa noche: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Música navideña cristiana cantada al Niño Dios que se ha acercado a nosotros, llenando el mundo de esperanza.