Cantar las penas - Alfa y Omega

Demasiado pronto llega el Domingo de Pascua para los sevillanos. Da igual si ha hecho sol o la lluvia ha impedido salir a muchos pasos. No quedan nunca satisfechos. Cada año les sabe a poco la Semana Santa. Ocho días de Cristos castigados y Vírgenes dolorosas son pocos días para ellos. Millares de nazarenos no son suficientes nazarenos. Por eso el Domingo de Resurrección tiene un no sé qué de melancolía. Precipitada y hasta descortés les parece la alegría que quiere vencer y dejar atrás el sufrimiento y la muerte. Es muy corta la pasión y tan largo el olvido. La Feria está a la vuelta de la esquina. Pero aguarda todavía un poco más. Solo un instante. Sevilla no quiere aún resucitar.

Esto es algo que quizá el cristianismo habitual no pueda entender y que repugne a los liturgistas (dice un amigo que con ellos, como con los terroristas, no se puede negociar). Toca celebrar la Pascua. Es obligado animarse y dejar atrás la tristeza. Hemos ganado. El temor y la pena parecen no tener carta de derechos para los cristianos. Sonrientes, según cuentan, iban los mártires al patíbulo. Y hoy a nosotros más que nunca se nos exige tensar las emociones hasta eliminar cualquier sombra de la cara. Es necesaria aprender la mueca de resucitados. Dios es luz, y ninguna oscuridad parece tener cabida en Él.

Contra los padecimientos confabula también el ateo actual. Para el hombre posmoderno no hay mayor aberración que el sufrimiento. En las penas nadie quiere detenerse. Del dolor se huye hoy como antaño del diablo. Si todo pesa demasiado se buscan anestesias y narcóticos. Alcohol, drogas o compras compulsivas y a otra cosa. Esa huida da forma a nuestras ciudades llenas de comercios y discotecas donde la muerte se maquilla. Los tanatorios se estilizan y los cementerios se esconden. No hay lugar ni tiempo para la conmiseración.

No es así en Sevilla. Ateos y creyentes confraternizan en hermandades en torno a la pena. Los nombres se demoran poéticamente en cada aspecto de la tortura. Jesús Despojado. La Amargura. La Sed. El Buen Fin. La Lanzada. Las Siete Palabras. La Quinta Angustia. El Silencio. El Gran Poder. La Soledad. Con su escudo en el pecho y vestidos de penitentes salen todos con independencia de su fe. Es la cultura que mira la miseria humana a la cara. Ahí andan enlazados los sevillanos por encima de ideologías, profesiones y niveles económicos. La compasión inunda el espacio público y junta a los ciudadanos. En Sevilla la pena se observa, se contempla, se la lleva a hombros y se la pasea por las calles.

Y no satisfechos con ocupar la ciudad de dolores, la pasión acapara también el interior de las almas con coros, bandas y saetas. Cuanto más sorda es la pena, más resuena en la entraña bética. También el flamenco, a su manera, terminará de apurar el desgarro del corazón andaluz. «En Andalucía solo canta el que ya está en el filo, a punto de caer en el sitio de donde no se vuelve» —Lorca lo dice—. El hombre del sur mira la pena y canta, ve la desesperación y le parece hermosa y Sevilla entera se adorna.

La pena es bella porque es una forma de resistencia que expresa la grandeza humana. No habría pena si el dolor fuese natural y nuestro corazón estuviera hecho al desamparo. La pena tiene la forma hermosa de la batalla del hombre contra el sinsentido del dolor. Y esa rebelión contra el absurdo auspicia un sentido misterioso, que manifiesta el llanto y expresa el canto. Cornetas, trompetas y tambores dan cauce a las lágrimas atascadas y las elevan al cielo. Solo llora quien de alguna forma espera el consuelo, y las lágrimas y la pena en cierta manera ya comienzan a confortar a quien las puede cantar. El que exaspera, llora y canta, y así se llena de una esperanza secreta. Por eso, la música es verdadero consuelo, porque profetiza de forma velada la salvación. Así, quien canta comienza a intuir un sentido que hermosea la pena por encima de toda lógica y más allá de todas las palabras. Cuando la pena canta comienza de algún modo la alegría, sin confundirse con ella.

Por ello, quizá sea esa degustación de la pena la que hace del andaluz el pueblo más alegre de España y esto es lo más paradójico. En Andalucía predominan la alegría y el buen vivir. El fuego arde sin consumirse y sin dejar cenizas. La insurrección contra el absurdo se extiende y desdobla en un alborozo inaudito. Feria, Cruces de Mayo, el Rocío, Corpus, La Virgen de los Reyes. En ningún sitio se celebra como en el sur. Porque solo alcanza la alegría verdadera quien sabe cantar sus penas. Abre camino en la oscuridad a un porvenir imposible. La alegría verdadera y profunda, que no se esconde ni huye, la conoce el alma musical de Andalucía que presiente con su canto una esperanza capaz de cargar con todos los sufrimientos.