Por sus altos méritos literarios, Víctor Álamo de la Rosa (Santa Cruz de Tenerife, 1969) engrosa con Reparación del horizonte (título número 13) la colección Agustín Espinosa dedicada por el Gobierno de Canarias a la edición de obras de narrativa. Es un libro que reúne 21 relatos breves, pero que el autor, con muy buen criterio y no menos ingenio, nos desafía a leer como una novela, algo que es posible gracias a la solidez de su corpus narrativo, que, por cierto, deslumbra, como pocos este año, con los brillos del poeta y la lucidez de la veteranía.
Álamo de la Rosa, voz esencial de las letras canarias de nuestro tiempo, sabe jugar divertido al serio juego de la literatura. Lidia con los grandes universales como el amor, la muerte, el paso del tiempo y los siempre sugerentes laberintos de la metaliteratura, y sale más que airoso del reto con historias contemporáneas que dibuja a finas pinceladas surrealistas. Confiesa haber escrito cada uno de los cuentos entre 2011 y 2018, durante un período de insomnio que experimentó tras el nacimiento de su hijo Pablo, y que claramente marca la sensibilidad a flor de piel de estos escritos. Hay toda una declaración de principios, bastante explícita, que anda repartida entre los dos grandes relatos de Reparación del horizonte, que son los que ofician en la práctica como los de apertura y cierre: «Te quité los libros» y «Cosas que no dice la literatura».
En el primero nos llega el eco, casi kafkiano, de un padre, frustrado y desquiciado con sus cosas, que se propone alejar a su primogénito de la lectura para impedir a toda costa que algún día pueda convertirse en escritor y evitarle con ello los sinsabores que le acarreará el conocimiento. Es el suyo un afán muy loco de fomentar en su vástago un espíritu acrítico que le propicie la felicidad más mundana, fácil y bobalicona que pueda imaginarse. Se trata de un texto irónico que, de una tacada, emocionará sobremanera a los letraheridos justo en la línea humanística contraria a la aparentemente defendida —hasta que asome, tal vez, una lagrimita a sus ojos—, y exorcizará algunos miedos paternos con el método infalible de infantilizarlos hasta el borde del delirio para escándalo y también regocijo nuestro.
Más gravedad reviste el penúltimo relato, «Cosas que no dice la literatura», donde encontramos el testimonio de un escritor que hinca la rodilla en el suelo, humilde y desarmado ante el abismo que media entre las filosofadas de torre de marfil y el mancharse en las trincheras de vivir, para reconocer(se en) los límites del lenguaje, de la palabra y de la literatura y, por tanto, para reconocer(se en) su papel en el mundo sin engolamiento de ningún tipo. Es un recio lamento que recoge la impotencia del plumilla cuando todo se le queda pequeño, incluso sus mejores armas de guerra, ante batallas mayúsculas como la enfermedad de un hijo, el sufrimiento inconcebible en un cuerpecito frágil, puro e inocente.
Profundamente crítico, fieramente humano, sin duda, el libro se agiganta, crece en muchas dimensiones según se avanza en una lectura que acaba dando mucho más de lo que promete. La sátira es una constante, reveladora de un afilado colmillo pero también de un hondo pesar, porque Álamo de la Rosa se duele, y no poco, al poner el espejo cóncavo frente al mundo y frente a sí mismo.
Se impone, en cualquier caso, una visión de la literatura como herramienta de curación con la que reparar (un poquito, al menos) los dolores de la existencia. Reparación del horizonte irradia una luz potente que es mucho más sanadora que hiriente. Por eso, tienes ganas de releerlo antes incluso de haberte dejado alcanzar por el impacto crepuscular del punto final.
Víctor Álamo de la Rosa
Gobierno de Canarias
2022
184
10 €