Una de las características del cristianismo estadounidense reside en su valiente batalla cultural ante la izquierda que, como en España, controla la mayoría de los medios de comunicación e impone su agenda social.
En algunos asuntos, las confesiones religiosas mayoritarias (sobre todo, católicos y evangélicos moderados) coinciden con los progresistas en la defensa de los derechos de los inmigrantes o en la oposición a la pena de muerte. En otros, se enfrentan al discurso dominante con su inquebrantable defensa de la vida o la oposición a la ideología de género, esa dictadura disfrazada de democracia que el Papa Francisco calificó como «verdadera colonización ideológica». En la conformación de la sociedad norteamericana influye con fuerza su Tribunal Supremo, compuesto por nueve magistrados vitalicios, curiosamente, seis católicos y tres judíos. Uno de ellos, el moderado Anthony Kennedy, presentó su renuncia en junio, por lo que Donald Trump debía sustituirlo con el visto bueno del Senado.
Kennedy era un verso suelto. Aunque elegido por Reagan hace 30 años, este juez ha roto muchos empates entre conservadores y demócratas. Así, resultó decisivo para legalizar el matrimonio homosexual en 2015 y de nuevo –en sentido contrario– al respaldar el veto migratorio.
El elegido para sustituir a Kennedy es Brett Kavanaugh (53 años), antiguo alumno de los jesuitas de Washington, donde estudió también el otro juez nombrado por Trump, el también católico Neil Gorsuch. Kavanaugh es un magistrado provida, defensor del derecho a llevar armas y partidario de que organizaciones sociales como Cáritas reciban fondos públicos. Es decir, demasiado conservador para los demócratas.
Sin embargo, se opone a la derogación total del Obamacare debido a su coste social: dejar a millones de personas sin cobertura sanitaria, por lo que es demasiado liberal para los republicanos extremistas. Pese a todo, esta posición intermedia facilitará la autorización del Senado –por poco, pero casi segura– al atraerse el voto de los centristas de ambos partidos. En la composición actual, dos jueces progresistas son los más ancianos. Si le toca a Trump sustituirlos, el Supremo lo compondrían cinco conservadores más otros dos que podrían serlo. Con esta amplia mayoría podrían revisarse sentencias relativas a la protección de las minorías o el medioambiente (donde Kavanaugh se aparta del proteccionismo demócrata). Pero sobre todo, declarar inconstitucional el derecho al aborto algo que, si bien resulta difícil derogar, puede ser atenuado gracias a la retirada de dinero público para realizar abortos.
Si tenemos en cuenta que un juez puede mantenerse activo durante 40 años, estos cambios afectarán a Estados Unidos en las próximas décadas. Y como el impacto de lo que ocurre allí llega a todo el mundo, su vuelta a valores contrastados podría equilibrar los continuos retrocesos en la defensa de la vida y la protección de los más vulnerables. La esperanza es lo último que se pierde.