Bobin atisbó el infinito por ventanas muy pequeñas
Ha fallecido en su pueblo natal Christian Bobin, «un maestro literario y espiritual» que en sus libros «palpó la realidad que no solemos ver»
«Hay islas de luz en pleno día. Islas puras, frescas, silenciosas, inmediatas. Solo el amor sabe encontrarlas». Leer a Christian Bobin es como recibir un trasplante de ojos y darte cuenta de que, en realidad, no has mirado nada en toda tu vida, y, al contrario, te queda todo un mundo por descubrir.
Bobin, que ganó con El bajísimo, su particular biografía sobre san Francisco de Asís, el Gran Premio Católico de Literatura en 1992, vivía en el extremo de un camino a las afueras de la francesa Le Creusot, su localidad natal, en una casa con contraventanas de color azul en medio del bosque de Petit Prodhun. Rodeado del sonido de los pájaros y del verde de los árboles, no salía apenas de allí ni viajaba, pero leyendo su prolífica obra uno se da cuenta de que había transitado todos los paisajes del alma.
De niño, las fábricas de Le Creusot le causaban rechazo. «Borrachos de eficiencia, los hombres justifican su existencia por el trabajo y quedan prisioneros», lamentaba. «Yo elegí escaparme —decía—. Tuve muchos aliados: golondrinas que hacían su nido en un pasillo, pobres flores que crecían entre los adoquines, la espera, la belleza de un rostro, el silencio, los tiempos largos… todas esas cosas que poco a poco la vida moderna empezó a robarnos».
Décadas después se sorprendía cuando, al hablar con alguien, aquel invariablemente miraba el móvil en mitad de la conversación. «¿Por qué esa prisa? ¿Qué les hace ir tan deprisa? ¿Es todo tan urgente?», se preguntaba.
Combativo con la modernidad
Bobin se dio a conocer en España gracias a su monumental aunque minúsculo Autorretrato con radiador. «Para mí fue un descubrimiento, y desde entonces he leído en francés y en español toda su obra, más de 60 libros», afirma el escritor Jesús Montiel, traductor de Bobin en Resucitar y Prisionero en la cuna, ambos en Ediciones Encuentro.
El colaborador de Alfa y Omega encontró en Bobin «una forma de describir la realidad como lo que es: una carta de amor a cada uno». Es imposible leer su prosa fragmentaria, hecha de frases cortas, incisivas, sin detenerse a cada rato, porque en ellas el escritor francés articula las palabras «como una forma de palpar la realidad que está ante nosotros y no solemos ver».
Christian Bobin (Le Creusott, 1951) estudió Filosofía en Dijon y volvió a su pueblo, donde trabajó como empleado de un museo, bibliotecario, periodista y enfermero psiquiátrico, «pero cuando me preguntan qué hago en la vida respondo que trato de vivir, de estar vivo».
Para Montiel, su escritura «no es meramente técnica, sino que es un modo de oración», porque Bobin «es consciente de que Dios llena con su presencia las cosas sencillas».
Por este motivo ha adquirido con el tiempo un halo de místico que, en realidad, no era tal: «Christian Bobin era como escribía: sencillo, sedentario y solitario. Era muy combativo con la modernidad. No tenía internet ni móvil, porque era muy consciente de las consecuencias de tanta tecnología y prefería lo humano, el rostro de la persona, la conversación, la vela sobre la mesa, el vaso de agua, las flores…», dice Montiel.«Pero no es sensiblero ni se le puede reducir a escritor de autoayuda —aclara—. Era un maestro literario y espiritual, con un bagaje cristiano muy profundo. En muchas de sus obras menciona frases enteras del Evangelio, habla de Jesús sin pudor… Toda su escritura está atravesada por lo cristiano».
En un documental sobre su vida, estrenado en Francia hace unos años, se le podía ver caminando desde su casa hasta su buzón, situado en mitad del bosque. Por el camino se paraba y recogía del suelo una pequeña flor. «Se trata de poner atención a la vida. El infinito entra por ventanas muy pequeñas».