Black Friday
Tomen ustedes tragedia de la buena; mejor dicho, de la mala. Buscamos el precio más bajo mientras hombres y mujeres arrastran su miseria material, su soledad moral y su pobreza completa por cada rincón de España
Llega el Black Friday. Se trata de otra técnica de la mercadotecnia para inducir al consumo. Se publicitan rebajas extraordinarias que el comprador debería aprovechar justo a las puertas de la temporada de regalos navideños. El verdadero regalo de la Navidad, por cierto, es el nacimiento de Jesús, pero dejemos ahora eso. Esta semana se trata de superdescuentos, oportunidades únicas y precios que se pretenden tirados por los suelos. Vean, si no, esta foto de publicidad del Black Friday en Madrid. Son los días del frenesí por no quedarse atrás por no perder la ocasión de adquirir ese producto que necesitamos… o que creemos necesitar. El que no lo aprovecha queda en desventaja.
Para viernes oscuro, el nuestro, el de los cristianos. El Viernes Santo. Ahí sí que nos quedamos en tinieblas. Para desventaja, la de los apóstoles. Para sufrimiento, el de la Virgen María. Para pérdida, la de un hijo, la de su Hijo. Eso sí que es perder y no quedarse sin un determinado teléfono móvil a buen precio.
«Bueno, bueno, no exageremos», dirán ustedes. A fin de cuentas, no es lo mismo un teléfono móvil que Nuestro Señor Jesucristo. En efecto, no lo es. He aquí nuestro drama. Se espera con ansiedad a que llegue el Black Friday para correr a adquirir cosas mientras que Cristo nos espera en el sagrario a menudo, ¡ay!, solo y sin compañía. Nos apresuramos a conectarnos a internet para aprovechar la oferta mientras pasamos de largo junto a las clínicas abortistas, donde cada día, viernes incluidos, se mata a niños en los vientres de sus madres. Tomen ustedes tragedia de la buena; mejor dicho, de la mala. Buscamos el precio más bajo mientras hombres y mujeres arrastran su miseria material, su soledad moral y su pobreza completa por cada rincón de España.
Un amigo sacerdote me describió su trabajo de forma luminosa y estremecedora: «Yo traigo a Cristo al mundo cada día». Eso sí que es una oportunidad de ganar lo que el dinero no puede comprar: la vida eterna. Ahí no hay precio que valga. Ninguno de nosotros podría costearlo. Nadie puede pagar un tratamiento que limpie el pecado del mundo. No se ofrece en ninguna plataforma de compras ni hay cupones de descuento. En realidad, para nosotros es gratis. Miren si a nuestro viernes de tiniebla le sucedió un domingo radiante: le abrieron al género humano las puertas del cielo. Como dice un vicario parroquial, «no hay pecado que resista la sangre de Cristo».
Si algo les hace falta, no dejen pasar el momento de comprarlo a buen precio. De paso, tal vez puedan emplear parte de lo que se ahorran en estas rebajas en diversas obras de caridad. Y propongo otra buena oferta: lo que damos aquí forma parte de un tesoro en el cielo.