Benedicto XV: el vencedor moral de la Gran Guerra - Alfa y Omega

El cardenal Giacomo della Chiesa fue elegido Papa recién estallada la Gran Guerra. Reposaba entonces la seguridad de Europa sobre un frágil entramado de alianzas defensivas trazado por el canciller Von Bismarck, quien había rehecho gran parte del mapa centroeuropeo tras la derrota de Francia en la guerra de 1870. En el escenario geopolítico del continente se alzaban dos bloques antagónicos: la Triple Entente, formada por Francia, Inglaterra y Rusia, y la Triple Alianza o Tríplice, que ligaba a los Imperios Centrales, Alemania y Austria-Hungría, e Italia. Este sistema de equilibrios mantenía sin embargo una paz precaria, pues se requería un rearme continuo a fin de estar preparados para la guerra, posible en cualquier momento. Prueba de este estado de ánimo mayoritario es el comentario que, pocos meses antes, hizo el embajador de Francia en Berlín, Jules Cambon: «La mayoría de los franceses y de los alemanes desean vivir en paz, pero en los dos países hay una minoría que solo sueña con batallas, conquistas y revancha. Allí está el peligro, junto al que debemos vivir como al lado de un barril de pólvora».

San Pío X había seguido con preocupación y dolor la cadena de acontecimientos que llevaron al estallido del conflicto bélico: «Yo bendigo la paz, no la guerra», exclamaría cuando el emperador de Austria le rogó que bendijera a sus ejércitos. Recién elegido en septiembre, Benedicto XV apeló con urgencia a un cese inmediato de las hostilidades y expresó su rechazo al «espectáculo monstruoso» causante de que una parte de Europa estuviera «regada por sangre cristiana». Ya desde aquel momento fijó la posición de la Santa Sede: imparcialidad.

La crueldad de la lucha avivó las pasiones nacionalistas, y franceses y belgas se sintieron decepcionados al no escuchar del Papa una condena explícita a Alemania por la invasión de Bélgica o el bombardeo de la catedral de Reims. En realidad, el Papa había condenado públicamente «todas las violaciones del derecho dondequiera se hayan cometido», pero ello no pareció suficiente a las potencias católicas.

Benedicto XV, fallecido el 22 de enero de 1922, definió en su primera encíclica –de noviembre de 1914– como causa principal de la guerra la negación del sentido cristiano de la vida: olvido de la caridad, desprecio de la autoridad e injusticia social. Junto a ello, desarrolló un intenso esfuerzo humanitario a través de sus contactos personales y de la diplomacia pontificia.

Su primera iniciativa proponía una tregua en los combates durante los días navideños. La idea, acogida en principio por Londres, Berlín y Viena, sería rechazada por París y San Petersburgo con diversos pretextos. El Papa manifestó su dolor ante el fracaso de «la esperanza que habíamos concebido de consolar a tantas madres y esposas por la certeza de que, durante algunas horas consagradas a la memoria de la Divina Natividad, sus seres queridos no caerían bajo el plomo enemigo».

Junto a las gestiones diplomáticas, la Santa Sede, coordinada con la Cruz Roja, llevó a cabo el cometido de informar sobre el paradero de los prisioneros. Al finalizar la contienda se habían tramitado 600.000 peticiones de información y 40.000 peticiones de repatriación de prisioneros enfermos, y se habían transmitido 50.000 cartas de correspondencia entre los prisioneros y sus familias.

El Papa Benedicto XV no olvidó a los armenios en su tragedia bajo el poder otomano, y contactó con el propio sultán de Turquía y con el presidente Wilson. La gratitud de los pueblos de Oriente, sin distinción de credo, ha quedado manifestada en el monumento a Benedicto XV que se alza en Estambul. En palabras del canciller alemán von Bülow, «Benedicto XV trabajaba por la paz con sabiduría y firmeza». Observando síntomas de fatiga bélica ante la prolongación de la guerra, y con el apoyo personal del emperador de Austria, el beato Carlos I, y de su esposa, Zita de Borbón-Parma, el Papa inició una nueva acometida diplomática para lograr el fin de la guerra «sin vencedores ni vencidos». Al comienzo de 1917, Estados Unidos entró en la contienda junto a los aliados. El Papa, a través del nuncio Pacelli, futuro Pío XII, presentó una propuesta concreta consistente en el reconocimiento del derecho sobre la fuerza, el desarme, el arbitraje, la libertad de navegación y otros elementos básicos para negociar una paz justa y duradera. Las tibias reacciones de los aliados y la indiferencia de Wilson determinaron el fracaso de la iniciativa papal. En todo caso, la nota de Benedicto XV influyó claramente en los negociadores de la Paz de París de 1919.

Es cierto que Benedicto XV fue «el profeta no escuchado» y sus llamamientos para detener lo que nombró, con la indignación de muchos, «una matanza inútil», fueron desatendidos por unos estadistas que perseguían exclusivamente el logro de fines nacionales. Con razón se le ha llamado «el único vencedor moral de la guerra».

Benedicto XV. Un pontificado marcado por la Gran Guerra
Autor:

Pablo de Zaldívar Miquelarena

Editorial:

EUNSA

Año de publicación:

2015

Páginas:

236

Precio:

16 €