Belén Rodríguez: «Fijar un niño en un pueblo es inversión para el futuro»
Esta mujer dejó la abogacía para convertirse en directora general de las Escuelas Familiares Agrarias de Galicia. Se trata de un modelo educativo centrado en las prácticas y con más de 840 alumnos que hunde sus raíces en redes nacidas en la posguerra. Sensibilizados en la cooperación internacional, forman a jóvenes de otros países y piden menos trabas para su regularización.
¿Qué son las Escuelas Familiares Agrarias (EFA)?
Son centros educativos y de promoción del medio rural. Hay 24 en España. Enseñamos desde pilotar drones hasta utilizar simuladores forestales, hacer miel o aplicar la robótica. Promovemos una Secundaria de orientación profesional, con visitas a empresas y acompañamiento personalizado. Y en la formación profesional, las EFA interactúan con los sectores productivos para formar entre todos al alumnado. Lo hacemos con un sistema pedagógico de alternancia —es decir, que estudian y trabajan a la par— que sigue el modelo francés y ahora en España se empieza a implementar. Las EFA llevan haciéndolo 50 años, cuando la norma aún no lo permitía.
¿Qué origen tienen?
Son un sueño de san Josemaría Escrivá. Cuando observaba cómo las personas del medio rural migraban a las ciudades por falta de trabajo, se sintió interpelado. Habló con otras personas con unos intereses semejantes y formaron un auténtico movimiento social. En los años 60, mientras se le decía a todo el mundo «vete del ámbito rural», ellos se percataron de la importancia de fijar a la gente a través de la formación. Promovieron la cooperación y el trabajo en red en un momento histórico en el que las asociaciones estaban prohibidas.
¿Cuál es el perfil de los alumnos?
Tenemos a 840 en Galicia. Nos vienen sobre todo del medio rural, que es donde más nos damos a conocer. Estamos en redes y hacemos campañas. Por ejemplo, en Fonteboa [un centro cerca de Carballo, N. d. R.] solamente los estudiantes del ciclo de Ganadería ya son más de 120. Es un referente en el sector. Entre los alumnos pienso en Avelino, un chico que terminó en 2019 y tiene una granja en Lalín (Pontevedra). Muchos quieren montar una explotación o continuar con la de sus padres. Como él es muy divertido, organiza cada año el Encuentro de Jóvenes Ganaderos en Santiago de Compostela. Hay otra chica que estudió Ganadería y al graduarse nos dijo: «Llegué a Fonteboa porque me gustan los gatos y me voy enamorada de las vacas».
Han trabajado con refugiados.
En la crisis de Afganistán colaboramos con unas personas que consiguieron sacar a gente del país. Logramos que se asentaran en Sobrado dos Monxes, pero querían estudiar el ciclo de Panadería en Arzúa y no pudieron por problemas de transporte. Nos resultó más fácil traerlos de Afganistán que ponerles un autobús. De más de 20 que eran, queda una familia. El mundo rural gallego está tremendamente diseminado, el 25 % del presupuesto de Educación se va en transporte. En Madrid se va el 8 %. Hay un problema de infraestructuras.
¿Colaboran con otras entidades?
En Piñeiral [un centro en Arzúa, N. d. R.] tenemos estudiantes de zonas rurales de Perú. El sector de los panaderos y el de la hostelería necesitan gente. Contactamos con un centro educativo de América Latina y trajimos gente a estudiar; si tenía formación en hostelería, mejor. Financiamos la menor parte posible y los insertamos laboralmente en cuanto pudimos. Empezamos en 2022 sin un duro, conseguimos dinero de una fundación y hoy hay nueve personas. Están trabajando en la hostelería, estudiando panadería y mandando dinero a su casa. En Fonteboa, nuestros chavales de Secundaria están aprendiendo inglés por segundo curso consecutivo con un auxiliar de conversación proveniente de un orfanato de Kenia. Da clase por la mañana y por la tarde estudia el ciclo de Transporte y Logística para tener una titulación y así poder estudiar más en España. En estos momentos de crisis migratoria, hay que verla como una oportunidad donde todos podemos crecer.
¿Qué reivindicaciones tienen?
La reforma del Reglamento de Extranjería que se pretende hacer quiere restringir el arraigo por formación, que ahora admite microformaciones de unas 170 horas y que, para regularizarse, un migrante necesite una FP de 500. Es inviable, porque tiene que comer. Lo que necesita un ganadero para un peón es una formación corta. Para una más larga coge a alguien con un grado superior. También acaba de salir a exposición pública el Estatuto del Becario, que vuelve a perjudicar a los migrantes. Quiere eliminar la formación práctica y eso va a ser pan para hoy y hambre para mañana, porque hay personas que así no van a poder insertarse laboralmente. Hay una visión de la ciudad como primera división, el medio rural como segunda B y los migrantes ya de tercera. Y hay que cambiarla. Tenemos los mismos derechos que las personas de ciudad. Hay que pensar que, en vez de mandar a un niño a la urbe, hay que conseguir fijarlo y para ello necesita servicios, aunque supongan un sobrecoste, porque va a ser economía para el futuro.