Bárbara Castro, periodista del Obispado de Córdoba. Una sonrisa desde el cielo - Alfa y Omega

Bárbara Castro, periodista del Obispado de Córdoba. Una sonrisa desde el cielo

La vida de Bárbara parecía perfecta. Recién casada, con una brillante carrera profesional y académica, con buenos amigos y una familia que la quería inmensamente. En el año 2010, Dios les hizo, a ella y a Nacho, su marido, un regalo precioso: la vida de su primera hija, que iba creciendo en su seno. En mitad del embarazo, todo cambió: la enfermedad llegó como un vapuleo de dolores indecibles, el sufrimiento golpeó su matrimonio, y sólo la fe en Cristo aportaba luz en la oscuridad. Y, por la fe en el Dios que es amor, Bárbara decidió retrasar su tratamiento para salvar la vida de su hija. Hace sólo unos días, Bárbara terminó su calvario y nació a la vida eterna. Y aquella existencia que parecía perfecta, ya lo es de verdad. Porque ella ya vive en Dios para siempre

José Antonio Méndez
Bárbara, en la sede de la CEE, en 2009, cuando la Delegación de Medios de la diócesis de Córdoba recibió el Premio ¡Bravo!.

En ocasiones, la fe es puesta contra las cuerdas y purificada en el crisol del dolor y de la cruz. Ésa es la experiencia por la que han pasado, durante los dos últimos años, Bárbara Castro y su marido, Nacho Cabezas. Y, con ellos, su familia, amigos y buena parte de los fieles de la diócesis de Córdoba que, conforme han ido conociendo su historia, se han sentido hermanados con ellos. Cosas de la comunión de los santos…

El relato de su vida es conmovedor, pero sin artificios: Cuando Bárbara terminó la licenciatura de Periodismo, en 2005, comenzó a trabajar en la Delegación de Medios de Comunicación Social de la diócesis de Córdoba. Tenía 24 años. Los que han sido sus compañeros de trabajo durante 7 años, explican que desarrolló «una importante labor para hacer cercano a la sociedad cordobesa el anuncio de la Buena Noticia y la actividad de la Iglesia», y recuerdan que «el amor a su vocación de periodista y su fortaleza interior le llevaron a compaginar el trabajo con el estudio, obteniendo el Doctorado con la calificación de Sobresaliente Cum Laude».

El gran cambio, no obstante, se produjo en 2009, cuando se casó con Nacho, para emprender un camino de santidad que los llevase juntos al cielo. Meses después, les llegaba otra feliz noticia: ella estaba llena de vida; Dios les había concedido una hija.

La inmensa felicidad que sintieron, sin embargo, pronto se vio empañada. En torno al quinto mes de embarazo, los médicos le confirmaron que esa llaga que tenía en la lengua era un cáncer, con diagnóstico de gravedad. La encrucijada era terrible: o adelantar el parto y poner en peligro la vida de la niña para empezar el tratamiento, o esperar a que naciese, con riesgo para la vida de la madre. Ambos, marido y mujer, lo pusieron en oración. Y ante Dios vieron que habían de optar por lo segundo.

El 1 de noviembre de 2010, nacía Barbarita. Días después, empezó el tratamiento, las molestias y dolores agudísimos, las operaciones (incluida la amputación de la lengua y parte de la mandíbula) y, ante todo, la entrega sin límite, arraigada en Cristo.

El amor lo transforma todo

El pasado 5 de julio, Bárbara terminaba su calvario y nacía a la felicidad eterna. Porque, tal como recuerda la Iglesia, «la vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo». A su funeral asistieron Nacho y su hija, sus familiares, sus amigos, y también fieles de la diócesis, que conocían la historia de Bárbara. Monseñor Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, presidió la ceremonia y ahora explica que «Bárbara e Ignacio nos han dado un testimonio tremendo de fe y de esperanza. Las lágrimas que nos brotaban al escuchar la carta que Nacho leyó en el funeral, una carta a su mujer de un marido tremendamente enamorado, no eran de resignación, ni de fatalismo, sino lágrimas de dolor pero llenas de esperanza».

Y añade: «Experiencias como ésta te lanzan preguntas: ¿Por qué ha sido así de duro? ¿Por qué ahora, que eran tan felices? Si todo acaba aquí, parecería que su vida se ha tronchado. Pero Bárbara e Ignacio nos han recordado a todos que Dios tiene un plan, un proyecto de amor para cada uno, y que, como nuestro destino es llegar a ser felices en el cielo, algunos se cuelan y llegan antes. Ella amó a su hija por encima de sí misma, y ambos amaron a Cristo por encima de todo. Y ese amor, siempre, siempre tiene recompensa». Así, por la fe que ellos mismos han vivido, hoy todos pueden saber que Bárbara sonríe desde el cielo, sin rastro de dolor en su boca…