Hace unos días cerramos el año 2022. Es un buen momento para mirar hacia atrás y sacar conclusiones, para evaluar el pasado y proyectar el futuro. El balance mundial es demasiado extenso para intentar abarcarlo en una breve página, y también desborda los límites de la mente y del corazón. Los acontecimientos se han sucedido de forma permanente e intensa, uno tras otro, sin darnos tiempo a procesarlos, a darnos cuenta de lo que iba sucediendo cada mes del año que termina.
Sí tenemos muy presente, con experiencia tristemente dolorosa, la ferocidad de la guerra de Ucrania, iniciada el pasado mes de febrero y que parece no tener final. Ojalá pudiéramos contabilizar en el balance el fin de esta guerra absurda, como todas, y tan sangrante. Y durante todo este tiempo la reflexión es recurrente: ¿cómo no hemos aprendido a entendernos entre humanos, personas y sociedades, más que con las bombas? ¿No nos ha enseñado nada la historia que decimos es maestra de vida? Es muy triste, mejor dicho, trágico, asistir hoy, a esta altura de la vida, a una guerra.
Vamos terminando, no en todas partes al mismo ritmo, de combatir la pandemia de la COVID-19, que en los últimos años ha ocupado la primera página y muchas más del balance anual. Pero pasemos a nuestro micromundo. Ahí donde nos movemos todos los días. En la familia, en el trabajo, con los amigos, con la comunidad, donde nos relacionamos con una sociedad cada vez más plural, cruzada de culturas diversas, idiomas, colores de piel, razas, tradiciones, filosofías, religiones, donde sufrimos y gozamos, donde vamos resolviendo los conflictos que surgen… ¿Qué balance hacemos? ¿Da positivo en nuestro haber el año 2022? ¿Vamos siendo más acogedores e inclusivos o seguimos creando muros en vez de puentes?
Pero al abrir un libro en blanco —el del 2023— deseamos plasmar nuestros sueños y proyectos y confiar en que ha de venir lo mejor, lo que no conocemos, pero ya engendramos en esperanza activa. Comenzar un nuevo año es invitación a ser protagonistas de la historia personal, hecha de retazos y jirones, pero con nuestra propia textura.