Así ve la Iglesia el Papa Francisco
El Papa Francisco clausuró, el domingo, el Año de la fe, dejando como brújula para la Iglesia un documento con el que responde al desafío más apremiante que afronta el cristianismo: la nueva evangelización
«Con Dios, veo la vida con otros ojos». Así se resume el Año de la fe, iniciativa que clausuró el domingo el Papa Francisco. La confidencia nos la comparte Francesca Fiscarelli, una las personas que se preparan para recibir el Bautismo, con quienes el Pontífice culminó este año que había sido convocado por Benedicto XVI. Francesca tiene una niña pequeña, y está preocupada, pero reconoce que ha venido de la ciudad italiana de Foggia a Roma porque este encuentro con el Papa no se lo podía perder: «Quería ver al Papa, pues creo que me puede ayudar en mi camino, para tener fe, para creer en la vida nueva». Francesa, quien se bautizará en Pascua, tras un período de preparación de tres años, añade: «Tengo una niña enferma en casa, alguien me debía ayudar. Y, ¿quién mejor que Dios me puede ayudar? Con la fe, creyendo en Dios, veo la vida con otros ojos».
Francesca todavía no es católica, pero ha entendido mucho mejor que muchos católicos lo que Benedicto XVI se proponía al convocar un Año de la fe, inaugurado en octubre de 2012. El Papa Francisco lo recordó en la misa conclusiva, celebrada en una fresca mañana de otoño ante 60 mil personas en la Plaza de San Pedro del Vaticano. «Con esa iniciativa providencial», dijo el Papa, Benedicto XVI «nos ha dado la oportunidad de descubrir la belleza de ese camino de fe que comenzó el día de nuestro Bautismo, que nos ha hecho hijos de Dios y hermanos en la Iglesia. Un camino que tiene como meta final el encuentro pleno con Dios».
Por primera vez, las reliquias de Pedro
Antes de comenzar la celebración, el Papa Francisco veneró e incensó las reliquias del apóstol Pedro, el pescador de Galilea que se convirtió en el primer obispo de Roma y que murió en esa misma plaza, cuando era conocida más bien como el Circo de Nerón, en el año 67. En la urna que contenía los restos, se podía leer en latín: «Huesos hallados en el hipogeo de la basílica vaticana, atribuidos al bienaventurado apóstol Pedro».
Era la primera vez que se mostraba al mundo la reliquia más querida por un Papa. Nunca había salido del palacio apostólico. Sólo una vez, en 1981, fue sacada en privado fuera de los muros vaticanos, a petición de Juan Pablo II, tras caer herido en el atentado de Mehmet Ali Agca. Durante unos días, los restos hicieron compañía a Karol Wojtyla en la habitación del décimo piso del hospital Gemelli. Desde 1971, la reliquia está custodiada en esa urna, que fue regalada al Papa Pablo VI, y que se encuentra en el apartamento del Papa. Cada 29 de junio, fiesta del Papa (Santos Pedro y Pablo), es expuesta en la pequeña capilla interna, pero sólo la pueden ver el Papa y personas cercanas.
El Papa tenía entre sus brazos la pequeña urna, de 30 por 10 centímetros, como si se tratara de un niño pequeño. En su rostro la emoción era evidente. En su interior, se encuentran ocho pequeños fragmentos de huesos de entre dos y tres centímetros cada uno. Recordando implícitamente que la fe sin la caridad se queda en palabras vacías, la misa fue precedida por una colecta a favor de las víctimas del tifón Haiyán en Filipinas.
En la homilía de la misa de clausura, el Papa recogió en estas palabras el mensaje que quiso dejar para cada persona como herencia del Año de la fe: «Cada uno de nosotros tiene su historia; cada uno tiene también sus equivocaciones, sus pecados, sus momentos felices y sus momentos tristes. En este día, nos vendrá bien pensar en nuestra historia, y mirar a Jesús, y desde el corazón repetirle a menudo, pero con el corazón, en silencio, cada uno de nosotros: Acuérdate de mí, Señor, ahora que estás en tu Reino. Jesús, acuérdate de mí, porque yo quiero ser bueno, quiero ser buena, pero me falta la fuerza, no puedo: soy pecador, soy pecadora. Pero, acuérdate de mí, Jesús. Tú puedes acordarte de mí porque tú estás en el centro, tú estás precisamente en tu Reino».
La brújula de la nueva evangelización
Después de la misa, como gesto conclusivo del Año de la fe, el Papa Francisco entregó la Evangelii gaudium (La alegría del Evangelio), su primera Exhortación apostólica como Papa, en la que recoge las propuestas del Sínodo de los Obispos del mundo sobre la nueva evangelización, que se celebró en octubre de 2012 en el Vaticano. Se trata de un documento, de 228 párrafos, en el que el Papa ha dejado tiempo y energías. Como confesó en junio pasado, al dirigirse espontáneamente a los miembros del Consejo de la Secretaría del Sínodo: «He pensado que el Año de la fe termine con un hermoso documento: una Exhortación sobre la evangelización en general, que en su interior presente los elementos del Sínodo». Es decir, un texto para recoger las ideas del Sínodo, pero que afronte de manera general el desafío más importante que hoy día tiene la Iglesia, la evangelización. «Me ha gustado la idea y seguiré este camino», reconocía en esa ocasión el Pontífice para explicar sus intenciones que ahora han quedado recogidas en papel y tinta. Perdón, no sólo en papel y tinta. Entre las personas que recibieron el documento, se encontraba una ciega, con su perro guía, a quien el Papa entregó la Exhortación en un disco para que pudiera escuchar su lectura.
Entre quienes sí recibieron el documento impreso se encontraban un obispo, un sacerdote y un diácono, así como representantes de cada uno de los encuentros que se han celebrado en la Plaza de San Pedro durante el Año de la fe. Recibieron de las manos del Papa la Exhortación apostólica jóvenes que recientemente han sido confirmados, seminaristas, una novicia que se prepara para ser religiosa, una familia, catequistas, religiosas y religiosos, miembros de confraternidades, de movimientos eclesiales, y artistas, escogidos para manifestar el valor de la belleza como forma privilegiada de evangelización. Entre ellos, se encontraba Etsuro Sotoo, escultor japonés, famoso por su colaboración en la basílica de la Sagrada Familia, de Barcelona.
Cristianos perseguidos
Pero el Papa quiso que la clausura del Año de la fe fuera, sobre todo, un recuerdo de aquellos cristianos que diariamente arriesgan la vida por testimoniar su fe. Su mirada se dirigió a los Patriarcas y obispos de las Iglesias orientales, presentes en Roma, en particular a los que procedían del Cercano Oriente, de manera especial a los que procedían de Tierra Santa y Siria.
Y al concluir también reconoció la obra que realizan los misioneros, y lo hizo recordando el tercer centenario del nacimiento del Beato Junípero Serra, misionero franciscano español, fundador de varias misiones de la Alta California, como Los Ángeles, San Francisco, Sacramento y San Diego.
500 adultos piden el Bautismo al Papa
En la Vigilia del sábado precedente, el Papa había presidido el rito de admisión al catecumenado, en el que 500 personas de 47 países, de los cinco continentes, pidieron al Papa recibir el Bautismo en el seno de la Iglesia católica. Constituye la recta final del período de preparación para convertirse en cristianos.
«Venís de países diferentes, de tradiciones culturales y experiencias diferentes. Y, sin embargo, en esta noche experimentamos que tenemos muchas cosas en común. Pero, sobre todo, tenemos una: el deseo de Dios». Y añadió: «¡Qué importante es mantener vivo este deseo, este anhelo de encontrar al Señor y de hacer su experiencia: ¡experimentar su amor, experimentar su misericordia! Si falta esta sed de Dios vivo, la fe corre el riesgo de convertirse en rutinaria, corre el riesgo de apagarse, como un fuego que no es reavivado. Corre el riesgo de hacerse rancia, sin sentido».
Luego el Papa dijo a los catecúmenos, que llegaron acompañados de sus catequistas: «No olvidéis nunca esta mirada de Jesús sobre ti, sobre ti, sobre ti… ¡No olvidéis nunca esta mirada! Es una mirada de amor. Y de este modo siempre estaréis seguros del amor fiel del Señor. El es fiel. Podéis estar seguros: ¡Él nunca os traicionará!».