Así transformó una ONG de Camboya la COVID-19 en una «oportunidad de oro»

Así transformó una ONG de Camboya la COVID-19 en una «oportunidad de oro»

La organización DPA, socia de Manos Unidas, aprovechó los cambios de la pandemia para demostrar que la agricultura sostenible puede satisfacer la demanda local

María Martínez López
En 2021 552 grupos ayudados por DPA vendieron 2,8 toneladas de arroz por 534.000 euros. Foto: Desarrollo y Colaboración en Acción.

En las provincias de Preah Vihear y Siem Reap, en Camboya, y las otras cuatro en las que trabaja la ONG Desarrollo y Colaboración en Acción (DPA por sus siglas en inglés) la pandemia de COVID-19 ha sido, en cierto sentido, «una oportunidad de oro» camuflada. Así se lo asegura a Alfa y Omega su responsable, Mam Sambath. Hasta la irrupción del coronavirus, estas regiones tenían un problema cada vez mayor de falta de mano de obra en el campo debido a la emigración de jóvenes a las ciudades, en busca de un futuro mejor que pocas veces encontraban.

Con la pandemia, muchos perdieron su trabajo. Algo generalizado en el país, donde, según un estudio de la ONU, cerca del 90 % de los entrevistados perdió el 50 % de sus ingresos. Y en todo el mundo: mientras las diez personas más ricas del planeta aumentaron su fortuna en 484.000 millones de euros en 2020 según la revista Forbes, la ONU alerta de que 100 millones de personas más cayeron en pobreza extrema a causa de la COVID-19. Personas a las que, como denuncia Manos Unidas en la 63 edición de su campaña contra el hambre, Nuestra indiferencia condena al olvido y a la desigualdad. De hecho, el Banco Mundial ha calculado que la desigualdad entre países, que a partir de 1993 había caído un 34 %, desde 2017 aumentó, por primera vez, un 1,2 %.

Camboya
Población:

17 millones

Economía:

65 % vive de la agricultura y la pesca

Crecimiento del PIB:

2,2 % en 2021

En Camboya, a finales de 2020 el 55 % de las personas que habían perdido un trabajo previo recurrió a la agricultura para salir adelante. Los emigrantes a los que conocen en DPA, como muchos otros, volvieron a casa. Cuando se dieron cuenta del reto que esto suponía en sus zonas, «conseguimos fondos para apoyarlos», relata Sambath.

Más producto y a mejor precio

El otro cambio que supuso el coronavirus fue «el cierre de las fronteras» por las que se importaban gran cantidad de verduras desde Vietnam y Tailandia. Así, las cooperativas y grupos de productores se encontraron de repente con más mano de obra y más demanda, y pudieron «demostrar que eran capaces de satisfacerla», celebra el responsable. «Aumentó la producción», y también subieron los precios del arroz, la mandioca, los anacardos, las verduras y el pollo, sus productos estrella.

Los coordinadores de la ONG detectaron, sin embargo, que tenían que coordinarse mejor para que no hubiera demasiado de un producto y faltaran otros. «Basándonos en un estudio del mercado local, de distrito y provincial», desde DPA analizaron su cadena de valor, organizaron «talleres para tratar qué productos encajaban mejor, por cantidad y calidad, en la alta demanda», y se desarrollaron planes de producción específicos. También se dio formación para integrar en las cooperativas a los retornados, además de continuar enseñando contabilidad y a negociar mejor con los comerciantes.

La ONG asesora a los campesinos para diversificar sus ingresos con la cría de pollos. Foto: Desarrollo y Colaboración en Acción.

Estas mejoras en la gestión se sumaron a la compra de semillas, tractores y molinos, y a la instalación de sistemas de riego, con financiación de Manos Unidas. Ahora, subraya Sambath, los productores «tienen más capacidad» que antes «para producir bienes con salida» y «más confianza para negociar», incluso con empresas grandes. «Los ingresos de cada hogar han crecido». La demanda y la producción siguen en niveles altos, y la mayoría de los emigrantes retornados ha decidido quedarse porque tienen perspectivas de futuro.

Ecológico y a prueba del clima

De hecho, a pesar de lo caro del transporte, han conseguido vender sus verduras en Nom Pen, la capital, a través de una cooperativa de agricultura ecológica. Y parte de su producción de arroz, también con certificación ecológica, llega a los Países Bajos. Este tipo de agricultura, explica el responsable de DPA, «ofrece a los agricultores camboyanos la oportunidad de desarrollar un nicho de mercado». Es una de las claves para que la economía de estas regiones sea sostenible a largo plazo. Incluso cuando el comercio internacional se termine de normalizar tras la pandemia.

Su otra gran apuesta es animar a los agricultores a aplicar técnicas de adaptación al cambio climático: usar semillas resistentes a las inundaciones y las sequías, cubrirlas con mantillo, implantar el riego por goteo, aprovechar los excrementos de los pollos y sus restos para hacer compost y dejar de quemar plásticos y los restos de las plantas de arroz para reducir las emisiones de CO2.

De estas dos maneras, DPA combate uno de los factores estructurales de la desigualdad, que es un modelo económico dominante injusto. La otra gran causa, según Manos Unidas, es «la escasez de políticas públicas en los países más empobrecidos». También en este ámbito trabaja Sambath. DPA lidera en Camboya ALiSEA, la Alianza del Sudeste Asiático para el Aprendizaje Agroecológico. En este marco, una de sus prioridades es «trabajar con ONG y cooperativas para presionar al Ministerio de Agricultura» para que apoye a los agricultores y las cooperativas agrarias favoreciendo la obtención de «suministros más baratos, la formación técnica, el acceso a créditos con intereses reducidos y la mejora de las infraestructuras».

Desigualdad sanitaria

En Guatemala, el doctor Carlos Arriola ha sido testigo de cómo la pandemia ha aumentado la desigualdad sanitaria entre las zonas rurales, como la de Jocotán en la que trabaja con su ONG, ASSAJO, y las ciudades. Por las restricciones de movimientos «no tenían acceso a los servicios de salud», que solo están en los pueblos grandes, ni «les llegaban medicamentos» ni tests. Tampoco la vacunación ha sido igual: en Ciudad de Guatemala el 90 % de la gente está inmunizada, frente al 19 % en su zona. A los problemas de distribución se suma que la desinformación ha hecho estragos en las zonas menos desarrolladas.

Es la experiencia que compartirá el 8 de febrero al presentar la campaña anual de Manos Unidas. Esta, aunque se prolonga todo el mes de febrero, tiene sus momentos centrales el domingo 13, cuando se realiza la colecta, y el viernes anterior, día 11, cuando la ONGD invita a ayunar y organizar cenas del hambre. El médico guatemalteco está especialmente agradecido por cómo «desde el primer momento» de la crisis sanitaria «en Manos Unidas nos dijeron que teníamos libertad para movilizar sus fondos para atender a las personas afectadas». Eso les permitió abastecer y dar esperanza a muchas familias, mientras otras ONG se retiraban.

Cree que es uno de muchos «cambios» que se han producido en estos dos años y que se deben aprovechar para «forjar un mundo más solidario». A nivel general, cita la apuesta por una distribución equitativa de las vacunas. Aunque no ha sido perfecta, considera un avance que el desfase entre países ricos y pobres haya sido de solo unos meses.