Así marcó Juan Pablo II el milenio - Alfa y Omega

«Tú llevarás a la Iglesia al tercer milenio». Estas son las palabras que, recién elegido Papa, Karol Wojtyla recibió de su viejo amigo y mentor, el cardenal Stefan Wyszynski, arzobispo de Varsovia y primado de Polonia. Palabras que resultaron proféticas, aunque nada parecía augurarlo cuando, el día 13 de mayo de 1981, Ali Agca (a todas luces contratado por la KGB) le disparaba hiriéndolo de gravedad. Se debatió entre la vida y la muerte y, aunque salió victorioso de esta prueba, le dejó secuelas en la salud para el resto de su vida. Estas, sin embargo, no impidieron que llevara a cabo uno de los pontificados más largos (27 años) y más fructíferos de la historia de la Iglesia. Este sábado se cumple una década de su canonización, que tuvo lugar nueve años después de su muerte.

En la juventud le tocó vivir el trauma de su Polonia natal, sometida en primer lugar a la ocupación nazi, que en cinco años causó la pérdida de un 20 % de la población. En segundo lugar, al ser expulsados los nazis, se instaló el régimen comunista de corte soviético, que también tuvo un carácter totalitario y, entre sus objetivos, consta la persecución de los intelectuales y de la Iglesia. De este modo, Karol, desde sus años de seminarista clandestino (los nazis cierran las universidades y los seminarios) y luego como sacerdote y obispo vivió enfrentado continuamente a los ocupantes, quienes pusieron todo tipo de dificultades y obstáculos para impedir una libre práctica de fe, además de las demás libertades básicas. Todo tenía que estar controlado por el Estado y sometido a la ideología totalitaria de este. En estas circunstancias, Wojtyla adquirió una especial sensibilidad respecto a la importancia de defender la dignidad inalienable y la libertad de cada persona. De ahí su escepticismo frente a los dirigentes soviéticos hasta que llegó Gorbachov, con quien estableció una relación de cierta proximidad; así como su denuncia de las dictaduras posteriores, tanto de izquierdas como de derechas, en países tales como Nicaragua, Filipinas o Chile, y de las ideologías consumista, hedonista, relativista, etc., que, aunque no aprisionan el cuerpo, sí llevan al individuo a la esclavitud interior. En este sentido, en sus llamadas encíclicas sociales, fue fiel a los principios de la doctrina social de la Iglesia, ya trazados por León XIII a finales del siglo XIX y consistentes en un rechazo vehemente tanto del liberalismo individualista y egoísta como del colectivismo marxista.

Mensajero de la misericordia

Al principio de su pontificado el mismo Juan Pablo II anunció que una de las misiones principales que Dios le encargó para el mismo era la de proclamar la misericordia de Dios. Por eso fue conocido por muchos (incluido el Papa Francisco) como el mensajero de la misericordia. Sin duda, el hecho de haber sido testigo de cerca del poder del mal, así como que justamente en su ciudad de Cracovia estuviera enterrada sor Faustina Kowalska (1905-1938), la autora del diario espiritual sobre las revelaciones de Jesucristo acerca de la Divina Misericordia, influyeron en su interés por este mensaje. El eje central del mismo es la insistencia de Cristo en que el poder de su misericordia, expresada mediante el sacrificio en la cruz, es más grande que el abismo de la maldad, aunque esta parezca abrumadora, especialmente a la luz de los traumas colectivos del siglo XX.

La urgencia de transmitir este mensaje de viva voz a toda la humanidad, tal y como reclama Jesucristo en el Diario de santa Faustina Kowalska, fue uno de los grandes impulsos que convirtieron a Juan Pablo II en un Papa viajero, que visitó 129 países, recorriendo 1,2 millones de kilómetros (tres veces la distancia a la luna). De este modo fue, en palabras de su biógrafo George Wiegel, la persona que en el momento de su muerte había alcanzado «la mayor visibilidad en la historia».

En este breve repaso del legado de Juan Pablo II conviene enumerar al menos algunas de sus otras facetas relevantes. Por ejemplo, la de haber sido un Papa de los jóvenes, al arrancar la iniciativa de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Fue, asimismo, un Pontífice literato, que publicó poemas y obras de teatro, en gran medida inspirados en los místicos españoles. Como Papa comunicador, reformó el gabinete de prensa del Vaticano y se acercó como ningún Santo Padre anterior a los periodistas. Fue, además, el Papa de la familia y del matrimonio, realidades a las que dedicó numerosos escritos que promueven una comprensión más profunda y la admiración por ellas.

Sin duda, podríamos añadir muchas facetas más, pero quizás quedémonos con la última, de gran actualidad: la del Papa que dignificó la enfermedad y el sufrimiento. Esta se hizo visible especialmente en los últimos años de su vida, cuando llevó sus achaques con dignidad y valentía dando ejemplo y transmitiendo ánimo a los enfermos y a todos los que sufren. Al ver cómo convertía su sufrimiento en oración, ofreciendo por ejemplo sus enfermedades por las familias, aprendíamos el verdadero valor del dolor y el potencial transformador de la oración y del sufrimiento.